Presentación

Snapchat, la app de los millennials que vence a Twitter

Ha llegado a la bolsa y en apenas un día sus acciones han aumentado un 40 por ciento. No sólo se trata de si lo vale, sino también de porqué. Su uso se ha disparado entre la generación de los 80.

Snapchat, la app de los millennials que vence a Twitter
Snapchat, la app de los millennials que vence a Twitterlarazon

Ha llegado a la bolsa y en apenas un día sus acciones han aumentado un 40 por ciento. No sólo se trata de si lo vale, sino también de porqué. Su uso se ha disparado entre la generación de los 80.

Seis años atrás, en la primavera de 2011, un jovencísimo (y ahora casi desconocido) Reggie Brown, le dijo a su gran amigo Evan Spiegel: «Ojalá las fotos que le estoy enviando a esta chica desaparecieran». El comentario podría haber quedado en nada, pero Spiegel lo habló con otro colega (un joven programador llamado Bobby Murphy) y entre los tres decidieron crear una aplicación/red social que hiciera exactamente eso: después de ver una imagen, ésta desaparece. La llamaron Pictaboo. Pero como dos son compañía (en este caso como sinónimo de empresa) y tres multitud, Brown y Spiegel discutieron por la idea y el último se hizo a la fuerza con toda la idea y junto a Murphy la bautizaron Snapchat. De hecho Spiegel dibujó el famoso fantasma del logo. En aquel momento sus usuarios apenas llegaban a 127. Pero qué sería de una historia tecnológica si no tuviera antecedentes de rivalidad, juicios y disputas. Y en esta concretamente, Brown estaba destinado a ser el quinto Beatle, el cuarto mosquetero, el tercero en discordia o el «segundos fuera».

Unos meses después, en abril de 2012, Snapchat tenía 100.000 usuarios, la mayoría de ellos estudiantes de instituto que habían aprendido por las malas que internet tiene memoria. La compañía ya valía millones de euros, pero era conocida básicamente como un medio para publicar imágenes salaces (picantes, subidas de tono, casi pornográficas) que muy pronto desaparecían.

A punto de culminar el año, Facebook detecta el nicho y desarrolla Poke, un engendro que desaparece al poco tiempo, mientras Snapchat consigue unos 60 millones de snaps diarios, cifra que llegaría a los 150 millones en 2013 y comenzaría entonces a llamar la atención de las grandes marcas que se vuelcan a ella y le dan cierta legalidad. El precio de la empresa sube como la espuma: 800 millones de dólares. Es entonces cuando Mark Zuckerberg ofrece 3.000 millones por hacerse con ella. Spiegel y Brown dicen que de eso nada y siguen con su idea de crecimiento: suman filtros, historias con timeline (cronologías en español, vamos), un sistema de mensajería instantánea y video chat. Estamos en 2014 y la empresa ya vale 10.000 millones de dólares. Crean un sistema para enviar dinero a través de la «app» y crean un código QR propio de cada usuario. En junio de 2015 MacDonald’s se convierte en la primera compañía que paga por desarrollar una campaña específica dentro de Snapchat. Una forma de rentabilizar inversiones... que es lo mismo que hacen muchas estrellas del cine de adultos (sí, ese) que ponen sus propios vídeos y «obedecen» órdenes de los usuarios si reciben dinero a través de la app. Algo que todavía sigue vigente gracias a que estos videos desaparecen después de ser vistos.

En septiembre de 2015, Snapchat compra la compañía de reconocimiento facial Looksery para enriquecer sus selfies y todo el mundo comienza la moda de «vomitar» arco iris primero y luego ponerse orejas de perro, cara de burro o disparar flechas por los ojos.

Spiegel y Murphy se lanzan a la piscina de dispositivos con una gafas para grabar imágenes de pocos segundos que se suban a la app. Pero la iniciativa no atrapa a casi nadie. Todos quieren contar historias, reírse de sus nuevas caras de colores y filtros de selfie y desaparecer. Así llegamos a la semana pasada, cuando Snapchat sale a bolsa por un valor de 24.000 millones de dólares y sus acciones se disparan un 40%. En unas horas, sus creadores (al menos dos de ellos) vuelven a casa con más de 250 millones de euros.

Hoy cerca de 160 millones de usuarios se envían 2.500 millones de «snaps» diarios, a través de una app que creció más en un año que Twitter en cuatro.

Pero... ¿vale tanto? ¿Qué la hace tan especial? Una de las mayores virtudes de Snapchat es que la política de borrar las imágenes 24 horas después de ser publicadas es un arma de doble filo, pero los dos cortan por el mismo lado.

Al mismo tiempo que se aseguran que el usuario se siente protegido y que nadie verá sus desatinos, todos quieren conectarse varias veces al día (lo hacen entre 23 y 30 minutos, tres veces diarias según un estudio de Infinite Dial) precisamente para asegurarse que lo ven todo, que nada se les escapará.

Dos hechos fundamentales relacionados a lo efímero de los vídeos es que, según un análisis de la firma especializada Defy Media, un 35% de los usuarios de Snapchat prefieren esta red social precisamente porque las imágenes desaparecen. Y el segundo factor es que si alguien realiza una captura de pantalla de una imagen, quien la publicó recibe un aviso señalando que tal usuario ha tomado una foto con este sistema (si lo hace con un tercer dispositivo esto no ocurre, obviamente).

Un reciente estudio de la Universidad de Leeds asegura que hombres y mujeres nos miramos a un espejo o escaparate unas 25 veces al día y, cuanto más lo hacemos, más ansiedad nos genera y más necesidad de vernos otra vez nos produce.

El gran fotógrafo de estrellas Arnold Newman aseguraba que «una cámara es un espejo con memoria, pero que no piensa».

La combinación de estos dos hechos, nuestra necesidad de vernos y la concepción de la fotografía como un espejo con memoria han hecho que Snapchat tenga tanto éxito en una generación, la que actualmente tiene menos de 20 años, que responde a lo efímero e intuye que la privacidad es importante, pero todavía no está por encima de la popularidad. Snapchat es, para sus usuarios, un espejo interactivo y una ventana a lo ajeno, pero todavía no se han dado cuenta de que puede tener memoria: es una herramienta perfecta para quienes quieran intercambiar contenido ilícito. Y hay cosas que nunca se borran de la memoria personal.