Ferias taurinas

A Ginés Marín le llega la hora

Puerta Grande del diestro en emocionante faena a un extraordinario «Barberillo» en San Isidro.

Ginés Marín saliendo a hombros de Las Ventas tras cortar dos orejas a su segundo toro, ayer
Ginés Marín saliendo a hombros de Las Ventas tras cortar dos orejas a su segundo toro, ayerlarazon

Puerta Grande del diestro en emocionante faena a un extraordinario «Barberillo» en San Isidro.

Las Ventas. Decimocuarta de San Isidro. Se lidiaron toros de Alcurrucén, desiguales. El 1º, de media arrancada y a la espera; el 2º, irregular, brusco y sin acabar de definirse; el 4º, noble pero a menos; el 5º, de buena condición pero muy a menos; y el 6º, gran toro. Lleno.

El Juli, de caldero y oro, estocada punto trasera (oreja); pinchazo, estocada corta y trasera, descabello (saludos).

Álvaro Lorenzo, de purísima y oro, estocada caída (saludos); estocada, aviso (saludos).

Ginés Marín, de pizarra y oro, tres pinchazos, aviso, descabello (saludos); estocada (dos orejas).

Era el día de El Juli. Eso creímos. Pero no fue. A pecho descubierto se fue a por el sexto Ginés Marín. Al natural. El toreo al natural. Al desnudo. A la espera de lo que estaba por venir. En la distancia, auténtico, verdadero, el cite al toro y qué toro este «Barberillo» para cerrar la tarde. Un alcurrucén de oro, que embistió con entrega, con repetición, con belleza. El toro de la tarde. Lo supo Ginés y nos hizo cómplice desde el principio. Toreo redondo, largo, bello, hondo, en un ramillete de naturales que parecían no acabar y cuando lo hacían es porque faltaba más. Fue un deleite en plena comunión del toro, el torero y el público, esa magia por la que perdura el espectáculo a estas alturas de la vida, en este mundo loco. No rompió nunca Ginés la verticalidad para cuajar al toro, para disfrutarlo, para disfrutarse, tenía una joya entre manos y la supo aprovechar. Así una y otra vez, inspirado, tan largo a veces, tan despacioso, tan templado, tan bonito y emocionante que cuando se perfiló en la suerte suprema, en la que está en juego la misma vida por millones de cosas, la plaza lo vivía en un silencio sepulcral. Se sabía que en el filo de esa espada estaba la Puerta Grande, no hay premio más cotizado para el que se viste de luces por San Isidro y el que se ansía por vestir. La hundió. Crujió Madrid. Cayó ese pedazo toro que amagó con rajarse en última instancia. Gran compañero de viaje a la gloria. Y los dos pañuelos que elevan al cielo sin levantar del suelo un milímetro los pies. La gente no se movió. Esas cosas hay que vivirlas y quisieron ver a Ginés salir de Madrid a un hombros. Una revolución. Un vía crucis, suponemos, de puertas para fuera. La puerta de la gloria que a veces se convierte en sufrimiento. A Ginés Marín le llegó la hora. La hora grande de los días inolvidables.

Había confirmado doctorado con «Favorito», que fue toro guapo y puso bien la cara pero le faltó empujar. Todo lo puso el torero. Todo y más. Hasta que se le cruzó la espada.

El Juli reivindicó su día con todas sus armas y entre ellas cuenta con el amor propio por mucho que pesen los años en el podium. Con «Castañuela», el segundo de la tarde, que fue toro con muchos matices, sacó su repertorio de madurez. Tuvo el alcurrucén media arrancada, sin acabar de definir nunca el ritmo; El Juli caminó en la faena de acuerdo al toro, buscando las teclas, buscándose, y mediada la labor, fue una tanda de derechazos cuando le metió en vereda, muy por abajo, muy mandón, y rematado. Más allá de las rayas del tercio, le pegó un circular y fue justo ahí cuando el toro desistió de la pelea y se rajó. Inteligente aprovechó esa huida a tablas con pases airosos cerrando al toro, yéndose con él. Metió una estocada punto trasera que trasmitió mucho por la forma de entrar con cuerpo y voz y cortó una oreja. Un premio que no estaba a la altura del historial. Léase Ferrera, léase Talavante... Y para de contar.

El cuarto quiso pero no empujó de verdad en la muleta. El Juli puso todo y lo multiplicó al cuadrado. Ligado y medido primero, en las cercanías después, tragando y por encima de las condiciones del animal que a estas alturas era nulas.

Álvaro Lorenzo se las vio con un deslucido primero con el que confirmó alternativa y con un quinto de buen son en los primeros compases de faena, pero que se vino a menos. Mostró la calidad de su toreo y luego la historia se diluyó. Grande, grande fue el final. De los que no dejan dudas, porque transpira por la piel la emoción. Y hasta duele.