Ferias taurinas

Cayetano entre el jolgorio

Cayetano Rivera (izda) sale a hombros junto a José María Manzanares en la Corrida Goyesca
Cayetano Rivera (izda) sale a hombros junto a José María Manzanares en la Corrida Goyescalarazon

Ronda (Málaga). Tradicional Corrida Goyesca. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo (1º, 3º y 5º) y Juan Pedro Domecq, en general muy mal presentados, nobles y flojos. Destacó el sexto, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. Lleno de no hay billetes.

Morante de la Puebla, de casaca grana con pasamanería blanca y calzas purísima con pasamanería negra, gran estocada (silencio); y dos pinchazos, metisaca, media y dos descabellos (ovación).

José María Manzanares, de negro y pasamanería negra, estocada arriba (dos orejas); y estocada delantera (oreja).

Cayetano Rivera, de azul marino y pasamanería negra, estocada (dos orejas); y gran estocada (dos orejas con fuerte petición de rabo).

Uno de los espectáculos más curiosos que pueden contemplarse en estos años de crisis acontece en la Goyesca de Ronda, evento en el que el aficionado tiene la oportunidad de gastarse el doble de dinero que en cualquier otra plaza a veces incluso para no ver absolutamente nada. O casi nada, no nos pongamos apocalípticos... El estudio sociológico es ya obligado, toda vez que la plaza se llena año tras año y encima la gente se va encantada haya o no haya toros, y haya o no haya toreo. En esta de 2015, ya les avanzo que no hubo de lo uno ni casi de lo otro, cuestión que en cualquier caso no impidió que el presidente concediera hasta siete orejas, lo cual da idea del jolgorio que había en la plaza. Jolgorio por no decir otra cosa, obviamente...

En blanco, pese a la diferencia sideral con sus compañeros de terna, se fue Morante de la Puebla tras soportar a un lote infumable. El primero, de buen aire pero sin bravura. El otro, descastado y de media arrancada. Pero a Morante siempre merece la pena verlo, tal y como está el nivelito de la mayoría del personal. El quite por delantales a su primer toro fue canela fina, y la estocada, lenta y en corto, una lección de cómo matar un toro. También fueron de arte las chicuelinas al cuarto, y muy por encima del mulo, una faena casi inventada.

Pero las orejas fueron para los guapos, como decía mi vecina de localidad. Manzanares se llevó tres después de torear como siempre. Compuesto, elegante, engarrotado de muñecas, despegadísimo e incapaz de ligar cinco muletazos por debajo de la pala del pitón ya le pueda embestir el apoderado. La muleta es dura y gigante, sin vuelos con los que enganchar y soltar la embestida, y con semejante pantalla es imposible torear bien, mucho más si para colmo no relaja el cuerpo en ningún momento. Y es una pena. Con su porte, con su imagen y con su relevancia extrataurina, sería magnífico que además creciera como torero, pero no ya su estancamiento, sino incluso su regresión, es preocupante. Algún muletazo con sabor dibujó ante el nobilísimo castaño de Juan Pedro Domecq, pero ni en éste, ni en el quinto de la tarde, estuvo a la altura que su categoría torera demanda. Le dieron, eso sí, tres orejas, y hasta algunos le gritaron lo de torero, torero...

Dentro de la impresentable corrida que trajeron para el acontecimiento, se salvó el sexto, que por lo menos se ve que había comido bien. Fue además un toro noble y suave hasta límites enternecedores, con el que Cayetano, aparte de los dos o tres sustos habituales en todas sus faenas, toreó con mucha voluntad y disposición, con lentitud y gusto, con mucho ajuste y con entrega de la de verdad. Con la misma entrega que se volcó en la estocada para conseguir rematar a lo grande una faena notable y con personalidad. Le dieron, con total justicia, las dos orejas, aunque ya le había cortado otras dos orejas al tercero, un toro de ridícula presencia con el que Cayetano navegó entre sustos y detalles de torería, como un cambio de mano de rodillas verdaderamente fantástico.

Lo que pasa es que ante semejante cabra, cualquier posible mérito quedaba en entredicho. Volvemos, por tanto, al principio de la crónica. Aquel animal encanijado no mereció una sola protesta en la corrida más cara del año. Bueno, salvo la de un amigo que, al ver salir a la birria me mandó un mensaje que decía: «No me voy porque no me dejan salir...».