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David Mora: «Me alejé del toreo como si no existiera»

David Mora vuelve a Las Ventas ocho meses después de la grave cogida
David Mora vuelve a Las Ventas ocho meses después de la grave cogidalarazon

«Hay un sueño que se repite, anuncio la reaparición y cuando llega el momento y la cuadrilla me dice que ha llegado la hora les digo que cómo va a ser si la pierna no me responde». Han pasado ocho meses, con sus días y sus noches. Ocho meses de aquella trágica tarde. «Me fui a portagayola porque era el día de demostrar cosas. En el toreo lo de ayer no vale. Y por eso me fui allí, a pesar de que es una suerte poco rentable para todo lo que pones en juego. Lo he hecho otras muchas veces, y en algunas me han cogido también, pero nunca así». La intensidad con la que arrasó el toro el cuerpo de David Mora aquel 20 de mayo en Las Ventas resultó escalofriante. Difícil de olvidar y mantener las pulsaciones a raya. Y justo eso, al corazón, le puso en el disparadero en esos segundos que tardó en llegar a la enfermería. «Perdí tres litros de sangre y llegué con 5 de tensión, estaba entrando en una parada cardiorrespiratoria». En ese instante, con la ayuda de su cuadrilla, fue entrando en el túnel de la enfermería y casi al unísono en el de la muerte. Máximo, don Máximo García Padrós, cirujano jefe de la enfermería de la plaza de Las Ventas, le esperaba al fondo. Le salvó la vida. Salvó al hombre. Otra cosa sería el torero, aunque eso llegó con el tiempo. A la postre, pasarían horas hasta que el propio David Mora supo que el festejo se había convertido en histórico al tener que suspenderse tras la muerte del segundo toro. Los tres toreros, los tres héroes, acabaron en la enfermería. Y en San Isidro, apenas cinco días después del patrón.

Vencidos los meses, volvemos a pisar Madrid con el torero, ya con el invierno cosido al cuerpo y la Monumental más sola que nunca. Por dentro es un témpano y aprieta el viento luchando con los últimos rayos de sol. «Volví a la plaza a ver los seis toros de Abellán y... Sí, la nostalgia fue tremenda y en ese momento aún más porque las dudas sobre mi futuro, acerca de si podría volver a torear, eran muchas». Acaba de venir de Colombia, donde se ha sometido a un nuevo tratamiento que le ha devuelto la ilusión, la ambición de mirar un ruedo, aunque sea de reojo, con la esperanza de volver a pisarlo vestido de torero. «Ahora tengo una vida casi normal, pero ponerte delante del toro es otra cosa. Esa terapia neural me está dando la vida, ha logrado que los nervios se estimulen y antes ocurría que el cerebro

mandaba la orden pero mi pierna izquierda no respondía, ni se movía. Ahora sí».

–¿Sigue habiendo incertidumbre sobre su vuelta a los ruedos?

–Sí, ahora puedo llegar a tener una vida normal y de hecho casi la tengo, pero para torear se necesita mucha fortaleza y eso lo determinará el tiempo.

–¿Cómo se encaja vivir sin torear?

–Como puedes. Es un sentimiento que te destroza por dentro, pero vas asimilando y pensando en otros caminos, aunque todos sean a ciegas.

–¿En qué momento fue consciente de que no era una cornada más?

–He necesitado mucho tiempo. Al principio pensaba en 15 o 20 días para volver, después en un mes me di cuenta de que la cosa no evolucionaba. En mi caso los nervios se quedaron pegados y de ahí que me tuviera que someter a una segunda intervención de seis horas.

–¿Qué se ha encontrado por el camino este tiempo?

–Muchas cosas para bien y para mal. Te das cuenta de que vivimos tan rápido que no nos damos cuenta de lo importante. Y sientes también que cuando hay una puerta grande hay ciertas personas que están ahí y cuando sales por la de atrás, como fue mi caso, hay otras, no las mismas, pero seguro que mejores. La vida da y quita. Para mí ha sido clave el cariño que me ha dado el entorno. De eso me he alimentado.

Dos intervenciones quirúrgicas y la necesidad de tomar distancia con el toreo para situarse más allá de lo que estaba ocurriendo al hombre fueron los siguientes pasos a seguir: «Sólo he visto tres festejos en directo en todo este tiempo y me he emocionado, porque el anhelo por volver a torear es tremendo. Por eso, mi estrategia o necesidad en ese momento fue tomar distancia, alejarme de los toros como si no existiesen. Era muy duro porque son mi vida, por lo que me sacrifico y lo que me hace feliz, pero no era posible en esta situación. De pronto, abres nuevas puertas y vives otras vidas que hasta ahora no había lugar a ellas. He viajado mucho y como decían en la época de la movida madrileña, por mis circunstancias, era el momento de destruir y no de construir. Absolutamente lo contrario que llevaba haciendo toda mi vida».

–¿Le guarda rencor al toro?

–Nunca. Jamás. El toro es un animal bravo, coge y hiere.

–Dicen que las cornadas suelen suceder por errores del torero. ¿Hubo alguno en esa portagayola?

–Hay veces que son circunstancias. El toro venía cruzado y no me dio tiempo a echarle bien el engaño. Ahí me cogió el pitón por la cintura y me dio la primera cornada en la axila, después me colocó perfecto para ya contra el suelo meter el pitón 30 centímetros.

Ocho meses después va dejando atrás infinidad de sesiones de fisioterapia y cogiendo posiciones para el destino final, al menos el intento. «¿Se olvida una cogida así? No lo sé– dice el torero–, pero tengo ganas de que así sea. Lo difícil de esto es que pierdes el hilo y volver a recuperarlo requiere, entre otras cosas, mucho trabajo». En un horizonte próximo está el contacto con el toro, quién sabe si mientras sale a la luz esta historia, volverá el torero a la cara del animal, la mirada, la respiración, todos esos matices postergados y silenciados durante todo este tiempo... Emociones encontradas para ese momento. «Tengo muchas ganas y la necesidad de sentirme bien y fuerte. Quiero recobrar la seguridad en que soy capaz de hacerlo. Lo haré solo y sin que nadie me vea». Y la duda surge, justo detrás de la incertidumbre de la que se ha alimentado todo el proceso... «No volvería a torear de cualquier manera. Sé que recuperar el cien por cien no va a ser posible, pero si me veo bien, si me encuentro a tono, volveré y esa parte que me quede para estar al completo la intentaré suplir con el oficio. Estar fuera del circuito lo he llevado fatal, pero todo este tiempo también ha dejado su poso. He aprendido muchas cosas en el camino. ¿Y ahora? Veremos...».

¿El vestido maldito?

Desde donde charlamos se ve la Monumental de Las Ventas. Van y vienen los recuerdos, enrollados en ocasiones en una espiral sin salida: «Sé que el milagro es estar vivo... No es por demérito de otros médicos, pero el estar tan cerca de la enfermería fue clave para poder hoy contarlo. Yo me di cuenta de la gravedad enseguida porque uno de los banderilleros que me llevaba tenía el vestido bañado en sangre. Al llegar a la enfermería me puse en manos primero de Dios y después de don Máximo. Cuando me desperté, ya en la UVI, pregunté por el festejo, ¿cómo habían sido mis toros? Y ahí me contaron que al segundo tuvo que suspenderse la corrida y al día siguiente me visitaron Antonio Nazaré y Saúl Jiménez Fortes, que estaban en el mismo hospital», recuerda.

–¿Qué pasó con el vestido de aquella tarde?

–Ni lo he arreglado ni he preguntado por él. Con ese vestido he cortado un trofeo en Sevilla. En realidad me había hecho dos nuevos para Madrid, pero uno de ellos no llegó a tiempo y por eso me puse éste. Pero no lo tengo como vestido maldito.

–Vivir sin torear...

–Sería por obligación, yo necesito ese aliciente que me da la fuerza para entrenar, para sacrificarme, asumir la responsabilidad, seguir la disciplina y mantener esos valores intrínsecos al ejercicio de la profesión.

–¿Aunque ronde la muerte le hace sentir más vivo?

–Totalmente. Más allá de lo económico, que es importante para defender tu dignidad, pero torear sólo por dinero sería imposible.