Don Juan Carlos, de vuelta para ver al rey de Francia

Las Ventas recupera a los rostros conocidos en el único paseíllo que ha hecho Morante de la Puebla durante este San Isidro.

Tras un breve impás para el resuello, Don Juan Carlos volvió a asomar por el patio de cuadrillas. Hasta tres días la semana pasada. Otro más sumó ayer al son de la única incursión de Morante de la Puebla en el abono madrileño. Más madrugador que otras tardes, Su Majestad se instaló en ese butacón del balconcillo de toriles. Dos asientos a su izquierda, el ganadero Juan Pedro Domecq, con el que partió confidencias e impresiones durante el festejo. A sus manos fueron a caer la montera de Morante y El Juli en los dos primeros toros. Testigo de excepción de la Puerta Grande de Sebastián Castella y de la enclasada bravura de “Jabatillo”, de Alcurrucén. España y Francia unidas. De rey a rey. Distinta corona, misma autoridad.

No era para menos. Por eso, el mundo del toro se volcó para presenciar en directo uno de los carteles más rematados del abono madrileño. Así, matadores de toros como Palomo Linares, acompañado de su hijo Sebastián Palomo Danko, Matías Tejela, César Jiménez, Raúl Gracia “El Tato” o David Luguillano ocuparon su localidad. Como Miguel Abellán y Diego Urdiales: de uno que venía de torear hace 24 horas a otro a otras tantas de trenzar el paseíllo. Otro ganadero como Victoriano del Río también se acercó al coso de la calle Alcalá. Como el empresario Nacho Lloret y el presidente de la Comisión Taurina de Bilbao, Javier Aresti.

Tampoco faltaron rostros habituales del papel “couché” como María Ángeles Grajal. Ni otra habitual de Las Ventas como la Marquesa de Vega de Anzo. En el apartado deportivo, hubo mayoría rojiblanca del Atlético de Madrid. Destacaron tres pesos pesados del vestuario como Koke, Juanfran y Gabi. De la parcela administrativa, Miguel Ángel Gil Marín y no mucho más lejos José Luis Pérez Caminero, director deportivo del club colchonero. Casualidades de la vida, nombre del primer sobrero reseñado, de Domingo Hernández. Allí quedó, sin salir de toriles, ni poder siquiera ver el faenón de Castella. Qué lástima.