Toros

Sevilla

El músico y el Aspid

El diestro sevillano Javier Jiménez, ayer, durante su primer toro.
El diestro sevillano Javier Jiménez, ayer, durante su primer toro.larazon

Recién estrenado estaba el otoño, pero la tarde en Sevilla era de tórrida primavera. El azul profundo, las nubes escasas y los ladrillos de La Maestranza cociendo la carne a fuego lento. Sevilla respondió con un lleno aparente a unas sutituciones de justicia. Nada que ver con el despropósito de las suplencias de Bilbao que acabaron con bronca y con López Simón –que viene hoy– en shock vasovagal. En el cartel inicial acompañaban Manuel Escribano y Roca Rey a Morante, pero ninguno de los dos ha conseguido recuperarse a tiempo. Escribano sigue con fe para superar la metralla que le metió un toro en el triángulo de scarpa y Roca Rey tuvo que iniciar un tratamiento en Estados Unidos para recomponerse de la doble paliza de Málaga y Palencia. El único que tuvo posibilidades fue Javier Jiménez en el tercero. El resto fue descastamiento y filfa. Al de Espartinas le tocó un músico y un áspid, con los que rozó la gloria y la enfermería. El tercero se llamaba «Clarinete» y cumplió con la fama o la leyenda de la reata lírica de Alcurrucén. Por la izquierda el toro tuvo ese tranco más que tienen los «núñez» y Jiménez puso ese metraje extra que le permiten cintura y muñeca prodigiosas. Jiménez, con permiso del padre y de la familia gaviotera, es torero de izquierdas, donde está la verdad, el dinero y la fama. Pero para que todo esto llegue primero hay que matar. Lo tenía hecho porque los naturales fueron sedosos, aplomados, de una pieza, pero de nuevo, como en abril, se interpuso el diablo de la espada. Un pecado mortal para los que no están apoderados por las grandes casas y le siegan en los despachos la hierba que crece debajo de las zapatillas. El sexto fue un sobrero de «El Tajo» (Joselito). Justo comentaba con Federico Arnás que un día vio un toro en Madrid saltar la barrera con una estocada en todo lo alto. Nunca se sabe cuándo es el momento trágico en una corrida de toros. Por eso, para bien y para mal el toreo es sorpresa. El sexto estaba detrás de la mata, dejándose pegar como Alí con Foreman en Kinsasa. Y en ese momento, como Alí moribundo, como el ataque del áspid, se lanzó a por Jiménez y lo volteó a placer, como los aros en los brazos de un gimnasta. Pasó y todos respiramos. En cada corrida hay al menos un milagro.