Feria de Abril

Roca y Castella, las dos caras del triunfo en gran tarde

"Derramado"fue un toro extraordinario premiado con la vuelta al ruedo

Sebastián Castella
Sebastián Castellalarazon

Ficha del festejo. Sevilla. Duodécima de abono. Se lidiaron toros de Victoriano del Río y uno, el 3º, de Toros de Cortés, bien presentados. El 1º, parado y deslucido; el 2º, manso, embiste a arreones y se raja; el 3º, sobrero de Toros de Cortés, manso pero muy bueno en la muleta; el 4º, gran toro, bravo y repetidor, premiado con la vuelta al ruedo; el 5º, repetidor, pegajoso y violento; y el 6º, manso y sin demasiada entrega. Lleno en los tendidos.

Sebastián Castella, de malva y azabache, pinchazo, estocada caída (silencio); estocada trasera, aviso, tres descabellos (vuelta al ruedo).

José María Manzanares, de azul cielo y oro, estocada, aviso (saludos); pinchazo, estocada corta (saludos).

Roca Rey, de verde botella y oro, buena estocada (dos orejas); metisaca, dos pinchazos, estocada contraria, aviso, seis descabellos (saludos).

Al peruano Roca Rey se le espera. Es la savia nueva que necesita el toreo. Refrescar el escalafón como en las ganaderías se refresca la casta, la sangre. Suele ser aval de triunfo por esa capacidad infinita, tremebunda en ocasiones, de jugarse los muslos sin la menor intención de rectificar. Torea sin el cuerpo, se olvida de él. Apenas duró el primero suyo en el ruedo, pero le esperaba un sobrero de Toros de Cortés que le valió para hacerse príncipe de Sevilla en presencia de Manzanares. Se intuía. Y por eso la gente viene a verle. Fue nada más acabar la primera tanda cuando el toro pegó una estampida hacia toriles despejando cualquier duda acerca de su mansedumbre. No contrarió Roca la ley de los terrenos y entre las rayas le buscó la faena. Ahí el toro se entregó con una codicia y transmisión tremenda y nos sobrevino con todo su peso a cuestas la emoción. Ganó la faena en cuanto el toro redujo velocidad y entonces cumplimos el sueño del toreo. Embarcado el toro, ligado, desenvuelto el torbellino en tandas intensas. Cuajó algunas pletóricas y antes de lo deseado, hablo por mí, en mitad de la catarsis, tiró del repertorio de circulares y arrucinas, que animan la fiesta y contagian la emoción al tendido, pero deja poco a poco huérfana de contenido a la faena. En el espadazo tenía la victoria. Y no lo iba a pasar por alto. Ni un segundo. Con todo, detrás de todo, entró la espada y paseó el ansiado premio de las dos orejas que siendo el primero de su lote dejaba a medio abrir la soñada Puerta del Príncipe de Sevilla. Empezó a llover cuando salió el sexto. Nos resistíamos a abandonar el asiento. Ver si se cerraba el círculo sagrado merecía la pena. El sexto manseó también y soltó la cara después. No era tarea fácil. Desagradable aquello mientras vislumbrábamos, simbología pura, cómo se echaba el cerrojo de nuevo de esa Puerta del Príncipe por la que mueren los toreros. Y todos los que alguna vez soñaron con ello. La espada, además del fallo, le puso en situación difícil. Ahí el toro desarrolló mala clase dentro de su mansedumbre.

De la suavidad se adueñó Sebastián Castella con el quinto. El comienzo lo tuvo todo. Era seda. Seda frente al toraco que convirtió la mansedumbre que habíamos visto en otros en bravura. Barbaridad de toro con un descomunal pitón izquierdo, por donde hacía un viaje hasta el infinito y más allá. No se cansó nunca y la faena de Castella fue intensa, suave y bien hilada con algún que otro altercado que no nos permitía olvidar que allí abajo había un toro bravo con todos sus matices. Le fluyó el toreo sobre todo por la derecha, a pesar de que por el zurdo era sensacional, pero donde brilló gozándolo fue en los cambio de mano. Poderosos y largos. Bellos. "Derramado"mereció todo. Y Castella se lo quiso dar. La estocada punto trasera le obligó a usar el descabello y se desmoronó de pronto el castillo de naipes que había construido. Afrontó con verdad su salida a escena con una portagayola, que asustaba por la soledad, la de siempre, y porque el viento hacía de su única defensa, el capote, un trapo poco armado al que acogerse. Apenas pudo dejar después un quite por chicuelinas. El bello ejemplar de Victoriano, ensabanado y salpicado, se puso de nones demasiado pronto.

Manzanares fue príncipe destronado. Renunció a la pelea el manso segundo que se rajó enseguida y dejó una faena intermitente al quinto, repetidor, pegajoso y con su punto de genio. Fue a mitad de labor cuando se acopló con él y se desdibujó después con las muchas complicaciones al natural.

Roca Rey estuvo más cerca que nunca de la Puerta del Príncipe. Más cerca de lo que hemos estado en toda la feria. Nos duró la ilusión y la emoción de algunos pasajes. Dos trofeos le enmarcan para la historia. La otra cara se llevó el francés Castella. Un toro extraordinario. Una espada roma... Moría la tarde bajo la lluvia. Una gran tarde. Y lo que pudo haber sido.