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La corrida de la feria

Al quiebro. Escribano clavó los palos y el Victorino los cuernos en la barrera
Al quiebro. Escribano clavó los palos y el Victorino los cuernos en la barreralarazon

Las caras en la foto que acompaña este texto, disparada por el gran Matito, lo dicen todo. Era el sexto victorino de la tarde, que salió con el freno echado y apuntando nulas posibilidades. Manuel Escribano, que se había jugado las femorales en el tercero, cogió las banderillas y se sentó en el estribo, aguafuerte de Ignacio Sánchez Mejías y la tarde en Manzanares. Citó al toro para quebrarlo por dentro. El quiebro se produjo en una cuarta de albero. Escribano fintó al victorino, que clavó, como bien muestra la imagen, los dos cuernos en las tablas y apareció un capote providencial que evitó la tragedia y la crucifixión en el olivo del torero de Gerena. Hay toreros a los que las cornadas le dejan un costurón interno, anímico, mental. Escribano tiene un costurón que le cose como una cremallera el pecho por la cornada que recibió hace dos años en Sotillo de Adrada. Fue precisamente poniendo un par al quiebro como el que ejecutó ayer junto a la Puerta del Príncipe. Lo que no tiene Escribano son costuras en el ánimo ni en el valor. Escribano se la jugó a carta cabal en su primero, el tercero de tarde, «Paquecreas» de nombre. Nos hizo creer a todos. El toro se tragaba el primero, pero a partir de ahí era cara o cruz, el juego de la ruleta rusa. Había que tener corazón de pedernal para aguantar el parón, las miradas, entre el primer y el segundo muletazo. Ahora, cuando el animal cogía las bambas de la franela entraba en la suerte hasta la cocina, arrastrando el hocico, una máquina de transmitir. Con el personal agarrado al asiento como si fuera un Caza del ejército el que iba a despegar –repulgo compulsivo de labios, los brazos tensos, engrifados– Escribano le sopló al victorino un ramillete de naturales que tras volcarse al volapié encendieron la pañolada y propiciaron la oreja –pesona y cabal– que cayó en sus manos. «Paquecreas» fue el «victorino» vibrante y peligroso, el que deja al pasar la muleta un rastro de hierro quemado. El cuarto fue el toro de Victorino con el que sueñan los toreros cuando van a torear una corrida de Victorino. Vibrante y de embestida profunda, con la cara encajada en la muleta, que no perdona pero que se entrega cuando el torero –como fue el caso de Antonio Ferrera– le hace las cosas por derecho. Mucho tiene que cambiar la historia para que «Mecanizado» no sea el toro de la feria, al que arrastraron con una lenta vuelta al ruedo tras un leve conato de petición de indulto en los tendidos de sol. El toro amagó con rajarse y Ferrera lo llevó acariciándolo por el pitón derecho a favor de querencia. La espada, la misma que dejó clavada el año pasado en el albero cuando toreaba superior de muleta a otro «victorino», se le cruzó en el camino. Las dos orejas se quedaron en vuelta al ruedo. Sordina para la mejor faena y la mejor corrida de la feria.