Ferias taurinas

Lo de Cuadri no cuadra

Rafaelillo, Alberto Gómez y Román se justifican de sobra en el cierre ferial.

Rafaelillo desafía al toro en un momento de la faena de muleta
Rafaelillo desafía al toro en un momento de la faena de muletalarazon

Rafaelillo, Alberto Gómez y Román se justifican de sobra en el cierre ferial.

Valencia. Cuarta de feria. Se lidiaron toros de Cuadri, desiguales de presentación, justos de fuerza y con distinto grado de complicación. Menos de media entrada.

Rafaelillo, de nazareno y oro, entera (oreja); pinchazo y estocada (ovación).

Alberto Gómez, de rosa y oro, pinchazo y estocada (ovación); tres pinchazos, media (silencio).

Román, de grana y oro, pinchazo, estocada y descabello (vuelta al ruedo); dos pinchazos, media y descabello (palmas).

De las cuadrillas destacaron José Mora y El Sirio.

Se cerró la feria de julio con la apuesta llamemos torista del abono: una corrida de Cuadri, de desigual presentación, con algún toro bastante por encima de los seiscientos kilos, bien armada en conjunto pero sin el motor suficiente para soportar tanta carne, exigiendo de sus matadores -a los que, sin ser especialmente complicada, no dio facilidades- un plus para poder sacar provecho de su condición, pidiendo, o precisando, una lidia que ni se lleva ni admite la mayoría del público, que pide eso que ahora se ha dado en llamar emoción estética. Y ahí, lo de Cuadri no cuadra.

640 kilos, por ejemplo, soportó sobre su esqueleto el animal que abrió plaza, alto como un camión, serio como un guardia de asalto, cuajado como un GEO... pero con muy poca fuerza. No por ello le ahorraron castigo en varas, costándole un mundo seguir la muleta de Rafaelillo, que, no obstante, supo administrar su energía para componer una faena eficaz e inteligente en la que sacó todo lo que tuvo un toro al que tumbó de una gran estocada en todo lo alto.

Enseñó los tirantes para recibir al cuarto, que también rodó por el suelo al salir del caballo. Brindó su muerte al cielo, con el sombrero del niño Adrián, su amigo, y obligó mucho a un toro que no aguantó tanta exigencia, defendiéndose ya con violencia y sin opción alguna para el lucimiento.

Mucho más lógico fue el segundo, por volumen y tamaño, pero también blando de remos y de acometida incierta, pensándoselo mucho antes de embestir. Alberto Gómez, a quien además molestó mucho el viento, anduvo firme y demostró oficio y valor, estando mucho rato ante un toro que no fue fácil para nada.

El quinto, en cambio, fue tremendo y basto, sin hechuras de embestir. Se le dejó lucir en el caballo, poniendo en muchos aprietos al piquero de turno y provocando una fuerte ovación para el monosabio que aguantó y defendió a cuerpo limpio a caballo y jinete cuando estos estuvieron en dificultades. Pero en la muleta topó más que otra cosa, embistiendo sin clase, sin humillar, por supuesto, y a arreones. El valenciano volvió a dejar constancia de su disposición y ganas. No cabía otra cosa.

Román volvió a dejar claro que quiere que se cuente con él. Y no escatimó esfuerzo ni valor para ello, enganchando a la muleta a su primero, que echó las manos por delante y se revolvió en el primer tercio, llevándole con temple y vaciando atrás las embestidas de un toro que tuvo buen son pero acabó reservón. Al natural dejó un par de series de mano bajísima y de no haber tardado en matar, con revolcón incluido, hubiese tocado pelo.

El sexto manseó descaradamente de salida, huyendo del caballo como alma que lleva el diablo cada vez que sentía el hierro de la puya en su lomo, siendo muy protestado por un público que a veces da que pensar y otras, bastantes más de las deseadas, deja mucho que desear. Llegó a la muleta aplomado y a la espera, embistiendo, cuando lo hizo, a regañadientes y rebañando. Román, de nuevo muy dispuesto y valiente hasta la temeridad, lo intentó todo, por la derecha, por la izquierda... pero sin conseguir otra cosa que dejar patente su disposición y valor.