Ferias taurinas

Los curiosos caminos contrapuestos

Talavante cortó una oreja de un buen toro; Ponce firma una faena de mucha entrega con uno deslucido y Aguado, voluntariosa alternativa, con un lote con opciones en Sevilla.

Alejandro Talavante dando un muletazo, ayer, en la Feria de San Miguel en Sevilla
Alejandro Talavante dando un muletazo, ayer, en la Feria de San Miguel en Sevillalarazon

Talavante cortó una oreja de un buen toro; Ponce firma una faena de mucha entrega con uno deslucido y Aguado, voluntariosa alternativa, con un lote con opciones en Sevilla.

Ficha del festejo

Sevilla. Primera de San Miguel. Toros de Garcigrande, desiguales de presentación. El 1º, pronto, descuelga, de buena condición aunque regular en la arrancada y justo de fuerza, el 2º, desfondado y manso, el 3º, de buena condición, noble, repetidor y codicioso, el 4º, va y viene sin clase, el 5º, va y viene pero sin entrega, el 6º, encastado y gran toro. Tres cuartos de entrada. Enrique Ponce, de tabaco y oro, estocada atravesada (silencio); dos pinchazos, estocada corta (vuelta al ruedo).

Alejandro Talavante, de verde hoja y oro, estocada corta punto trasera (oreja); estocada caída (saludos).

Pablo Aguado, de blanco y oro, que toma la alternativa, pinchazo, estocada caída (vuelta al ruedo); pinchazo, media, estocada buena, aviso (saludos).

Ocurrían los tiempos en direcciones opuestas. Aguado venía para quedarse. O para querer, que el destino es juguetón, caprichoso y exigente, y Manuel Quinta encaminaba el último paseíllo, el de la despedida. Decía adiós el picador, porque acabar su carrera a la vez que su matador, Enrique Ponce, se antoja imposible. Le brindó el cuarto después de haber saludado una ovación en la plaza que le vio presentarse. Se cerraba el círculo. Unos círculos misteriosos que sólo llegan a comprender aquellos que están dispuestos a pasarse por la barriga un toro, con su penetrante mirada y su desquiciante respiración. Ahí abajo queda. Todo se destruye de inmediato en cuanto la comodidad del asiento entra en la vida. Raza tuvo Ponce. Qué barbaridad el carrete interminable del valenciano con ese cuarto que iba y venía, sin entrega, ni dicha ni desdicha. Lo hizo todo Enrique en una faena medida en el tiempo y concentrada en las emociones. Caló arriba, brusco en los toques para aliviar al toro en el envite, suplicarle las arrancadas y hacer la faena posible. Y la hizo. De la nada. En honor a la verdad. Hasta que la espada desdibujó los hilos del toreo que había ido cosiendo con paciencia infinita, pero sin demora. Su primero, el segundo, se acabó físicamente en el caballo y moralmente justo en el tercer par de banderillas. Ni la magia de Ponce pudo resucitarlo.

Talavante aceptó con más entrega el reto del quinto, que iba y venía pero derrotón y sin acabar de confiarse nunca, que con el tercero que fue toro bueno, franco y codicioso de principio a fin con un atisbo de dudas de si se rajaría. No lo hizo. Optó por ser toro grande este “Francachelito”. Tuvo prontitud, nobleza y codicia en la muleta de Alejandro que prologó la faena con personalidad en una tanda de rodilla genuflexa. Apuntó maneras y en verdad de la faena no nos despegamos nunca. Hubo una tanda, justo después de perder la muleta, que se elevó como la más rotunda. Todo dentro de la corrección, de la cordura, pero sin el delirio. Como correcta fue la oreja. Sin más. Pero se espera más de una figura de la talla de Talavante, y de una figura elegida para hacer doblete en San Miguel (alargada sombra de Matilla). El quinto no regalaba nada. Iba y venía. Pasaba por allí calamocheando. Y de pronto vimos a Talavante más centrado, más ajustado con el toro, resuelto y aceptando el reto que presentaba el animal. Se metió con él, se midieron y ocurrió, por un momento, que dio la sensación de que sólo eran uno y otro. Nadie más había allí.

“Recobero” fue el toro de la alternativa de Pablo Aguado. La vida por delante. Cosas buenas tuvo el Garcigrande, prontitud, franqueza y humillación. Sí también justeza de fuerzas e irregularidades. Nadie dijo que la vida fuera fácil. Estrenó su alternativa Aguado con una faena, puramente en el tercio, correcta y solvente. Exigente, enrazado pero toro bueno fue el sexto. Por abajo a más. No perdía detalle del torero. Pendiente. En el duelo. Al cite. No le sacó del tercio, casi tendía el toro a sacarse solo. Fue de mitad de faena para adelante cuando Aguado prendió una llama que apagó como si echara un jarro de agua con la espada. Ahí lo había tenido. Una tarde llena de contradicciones. Talavante estuvo mejor con el regular que con el bueno; Aguado acarició el sueño el día de la alternativa y Enrique Ponce, de vuelta de todo, no dejó pasar ni una. Historia de los caminos contrapuestos. Y curiosos.