Feria de San Fermín

Luto en el corazón; de Yiyo a Barrio

Juan Bautista con el capote
Juan Bautista con el capotelarazon

Bullía Pamplona como cada tarde. La fiesta en la fiesta y en medio de ese ensordecedor descontrol llegaron las primeras noticias: la gravedad de la cornada de Víctor Barrio. En la plaza de Teruel se supo desde el primer momento, desmadejado el cuerpo, con el pitón hundido en el costado derecho al corazón hasta perderse la vista y el cuerpo ausente de vida cuando le pusieron en pie. La muerte en directo. Retransmitida por televisión. Los ojos en blanco y dolor helador que atravesó a Teruel desde los cimientos y llegó a Pamplona mientras Alberto Aguilar daba muerte al sexto. Víctor Barrio entregó su vida al toro. Sus 29 años. Y ese sinfín de ilusiones que mantienen al torero en pie en tiempos difíciles. Entrenaba muchos días en la escuela taurina de Madrid. La rebautizada escuela de Yiyo, el último matador al que un toro le partió el corazón. Ahí le vi por última vez en el mes de mayo. Nadie podía imaginar un desenlace tan desgarrador. Esa dura realidad que demuestra que el toreo es un rito al alcance de muy pocos, se vive con intensidad y se muere de verdad. Y el impacto de la noticia se llevó todo por delante, la vida, el oxígeno, la respiración. Tantas tardes al filo de la navaja, tanta suerte bendecida, pactada hasta que de pronto un toro deja de quedarse a milímetros del desenlace fatal y mata al torero. Lo más que puede dar. El precio más caro de una vida de 29 años. El ruedo de la verdad. Atrás quedan los sufrimientos, los sinsabores, el amor infinito al toro. “Llegar a ser figura del toreo es un milagro. El toro te puede quitar la vida, la gloria jamás”, así reza un cartel que preside la Escuela de Madrid. “Lorenzo” arrebató ayer en fatídica tarde la vida a Víctor. Abran las puertas de la gloria que va un torero vestido de grana, el color de los valientes. Y la memoria indeleble de la afición.