Sevilla

Ponce abruma en la vuelta de un Rivera (casi) dramática

Ambos cortan dos trofeos en la última de Olivenza

Ponce abruma en la vuelta de un Rivera (casi) dramática
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Olivenza. Cuarto y último festejo de la Feria de Marzo. Se lidiaron toros de las ganaderías de Victoriano del Río y uno de Domingo Hernández (1º), correctos de presentación. El 1º, deslucido por flojo; el 2º, noble, suavón y sosito; el 3º, noble, de buena condición, pero escasa duración; el 4º, complicado y rajado; el 5º, buen toro, encastado y con poder; y el 6º, manejable. Lleno de «no hay billetes» en los tendidos.

Enrique Ponce, de azul purísima y oro, estocada (ovación); estocada (dos orejas). Francisco Rivera «Paquirri», de grana y oro, ocho pinchazos, cuatro descabellos (silencio); estocada (dos orejas). Morante de la Puebla, de berenjena y oro, media tendida, descabello (saludos); estocada, aviso (ovación).

Apenas sin intermedio, el justo para meter algo en el estómago y no sucumbir al mal humor del hambre, vimos el desfile de catorce toros. Ocho novillos de El Freixo, un toro de Domingo Hernández, que pasó de ser figurante de sobrero el día anterior al primer toro de la tarde. Demasiada función para el animal del otro hierro de Garcigrande, que salió con las fuerzas justas y más inválido que activo, además de llevar el bochorno en la punta de los pitones, presuntamente, ya se sabe. Enrique Ponce, que de esto sabe una eternidad, de los toros flojos no sean mal pensados, no cejó en el asunto, a pesar de las caídas del animal. Y así a fuerza de suavidad lo mantuvo en pie. La emoción, como es lógico, es otra cosa. Emocionante fue la novillada matinal de El Freixo, con ocho novillos propiedad de El Juli, seis de ellos extraordinarios. Bueno por bravos, por humilladores, por francos y por esa insistencia en perseguir el engaño. Tal y como está ahora el escalafón de novilleros merece la pena no perderse este tipo de festejos. Nos llevamos una sorpresa mayúscula, de apuntar en libreta, memoria o en donde quieran dar forma a las cosas que no se deben olvidar, con Pablo Aguado. Soberano debut. Si pasó algo más desapercibido con su primero, increíble fue la puesta en escena del segundo. Torería innata, temple, parsimonia de otro tiempo y unos pases de pecho a la hombrera de verdad con una personalidad descomunal. Posada tuvo mucha magia con el primero, el de la reaparición después del calvario que le ha dejado en el dique seco durante ocho meses. Se vino a menos con el cuarto. Un huracán de valor pasó con Carballo y Ginés Marín, que lo tiene todo, destacó por momentos, pero como para seguir buscándole en los carteles. La novillada de El Juli estaba muy cerca de lo soñado.

Francisco Rivera Ordóñez reapareció dos años después de haberse ido con «Desgarbado», suavón, noble y sosito y con menos ganas de seguir el engaño por el zurdo. Tintes de pesadilla cobró la espada. Y poco sentido el resto. Por eso Morante fue un destello de luz justo después del naufragio. Qué manera de torear con el capote. Eso es la verónica y el resto sucedáneos. Encajado, hundido, más esas cosas que se tienen o no se tienen para arrancar el olé casi al unísono que despega el lance. Ocho tal vez le pegó al toro hasta los medios. Nos quedaba el quite, y nada menos que por delantales, SU-BLI-ME, en tres palabras. Con la muleta tuvo los momentos más contados, paréntesis de torería por la diestra, y por la zurda. Entretanto, la mismísima banda de música de Sevilla viajó hasta Olivenza en busca del dios exiliado e incendiado de polémica. El toro, que había tenido franqueza y buen aire, se aburrió al rato.

El cuarto no fue toro para pasar un buen rato ni reencontrarse con el toreo. El de Victoriano no se molestó mucho en humillar y se rajó a mitad de trasteo, pero no era éste su pecado capital. Miraba más de la cuenta, examen antes de pasar por ahí y sin entrega. Eso creíamos, por eso el toreo es un misterio ingobernable. Ponce le formó un lío sin que apenas nos diéramos cuenta al calor de las tablas, le hizo embestir, le enganchó adelante y le engañó hasta conseguir que repitiera. Y así, sin remedio, se metió a la gente en el bolsillo de lleno. Qué no habrá visto en esos 25 años de alternativa. Y no se aburre, ni con un cuarto de siglo a sus espaldas, ni con el toro. Y eso sí que tiene mérito.

Rivera sí puso los palos con un quinto con mucho poder y perdió el equilibrio, cayó sobre la arena, a merced del ímpetu intacto del toro y la cogida conmocionó al público. Morante ayudó a remendar la taleguilla rajada con amplitud por la pierna. Fue toro más encastado, bueno y con emoción. Y entre derechazos, naturales y circulares le fue haciendo faena ante la intriga y tensión del respetable hasta meterle la mano a la primera. Y dos orejas fueron para él a pesar de una solvencia en entredicho.

No fue la del sexto faena de excesos ni defectos. El toro iba y venía y Morante sacó poco en claro.

A estas alturas la novedad de la mañana se antojaba aire fresco. Oxígeno para respirar.