Ferias taurinas

Puerta grande de Ponce para cerrar «su año»

El torero valenciano cortó dos orejas en Cali, en el último festejo de uno de sus años más exitosos

Seis toros de Las Ventas del Espíritu Santo, desiguales de presentación. Noble el primero, al que se le dio la vuelta al ruedo, manso el segundo y sin romper, quinto y sexto. Tercero y cuarto debieron ser sustituidos por ejemplares del hierro Ernesto González Caicedo, que resultaron mansos.

Enrique Ponce (sangre de toro y oro): Dos orejas, vuelta al ruedo y ovación tras aviso. Espadazo; dos pinchazos y casi entera. Cuatro pinchazos y tres cuartos.

Andrés Roca rey (tabaco y oro): Silencio, palmas y palmas. Pinchazo hondo y dos intentos de descabello; tres cuartos de espada y entera.

En un solo toro, el primero de la tarde, Enrique Ponce dio para dar y convidar a una plaza de Cañaveralejo con lleno completo, para hacerse con el mano a mano de la cuarta de abono de la Feria de Cali, en la que alternó con el diestro peruano Andrés Roca Rey.

La faena sin tacha y con enorme calidad artística tuvo como complemento a un noble toro de la ganadería Las Ventas del Espíritu Santo, excepción de una corrida en la que primaron para ese hierro las devoluciones (dos toros, tercero y cuarto) y la falta de fondo de los demás.

Ponce se mostró amo y señor desde el capote, donde dejó el sello personal de su torería. Luego, con la muleta, las series fueron ligadas y profundas, algunas con detalles inolvidables de trincheras y recortes del mayor gusto.

La espada en todo lo alto puso fin a su obra. Dos orejas y vuelta al ruedo al toro. En los otros dos turnos, el matador de toros español debió sacar lo mejor de su tauromaquia para administrar las escasas opciones de un manso de Ernesto González Caicedo, al que le dio los adentros para sacar algún provecho.

De no marrar con la espada hubiese logrado otro trofeo. En el quinto, de Las Ventas, hubo esfuerzo sin mayor respuesta de su enemigo.

Andrés Roca Rey no tuvo suerte alguna con los tres toros que debió lidiar. El primero, de Las Ventas, se acobardó al final de la lidia, después de que el torero peruano hubiera encontrado el camino para hacerse a él con los vueltos de su muleta y una buena dosis de firmeza.

El sobrero de la ganadería emergente también se rajó, pese a los constantes intentos del lidiador para que diera juego en los medios del ruedo. El último, de cierta movilidad, fue intrascendente.