Toros

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Sanse, el mar que no cesa

Triple Puerta Grande de El Juli, Manzanares y Javier Jiménez en un entretenido y fiel arranque de feria

Javier Jiménez, El Juli y José María Manzanares saliendo a hombros de la plaza de toros de San Sebastián de los Reyes
Javier Jiménez, El Juli y José María Manzanares saliendo a hombros de la plaza de toros de San Sebastián de los Reyeslarazon

San Sebastián de los Reyes (Madrid). Primera de la feria del Cristo de los Remedios. Se lidiaron toros de Victoriano del Río, muy terciados de presentación. El 1º, de dulce embestida, noble, como el 2º, toro bueno, con fijeza, clase y humillando por abajo: el 3º, descastado; el 4º, complicado, punteó los engaños con un molesto calamocheo; el 5º, mansito con bondad, amagó con rajarse; el 6º, manejable. Tres cuartos largos de entrada.

El Juli, de nazareno y oro, pinchazo, aviso, estocada trasera y caída (oreja); estocada muy trasera, descabello (oreja).

José María Manzanares, de grana y oro, estocada trasera (oreja); media en muy buen sitio (dos orejas).

Javier Jiménez, de blanco y oro, estocada desprendida (oreja); pinchazo, estocada casi entera caída (oreja).

Orejas. Muchas orejas. Hasta siete. Diluvio en pleno agosto. De locos. O no. Porque Sanse, la Pamplona Chica, la que venera al toro en sus calles cada mañana, encierro a encierro, carrera a carrera, mozo a mozo, siempre corrobora ese perenne cariño tan suyo para con los toreros. El mar que no cesa. Templo torerista. Ayer una muesca más. Triple Puerta Grande en una tarde amable y sin posos amargos. Tres trofeos paseó José María Manzanares. Desorejó al quinto. Suelto en los primeros tercios, repitió defectos en la franela del alicantino, que se la dejaba muy puesta para evitar que se rajara. Lo cantaba el burel. Que se aburriera parecía cuestión de tiempo, sobre todo, por el derecho. Ahí se abría mucho más. Manzanares lo sujetó y aprovechó ese mayor acople al natural. Dos buenas tandas, muy relajado y templando con despaciosidad. Largos, los de pecho, y de buen trazo los remates. Un cambio de mano, primoroso. Pura esencia a azahar. Enterró media tizona en muy buen sitio. Fue suficiente.

Otra más arañó del buen segundo. El toro del encierro junto al que rompió plaza. Para comérselo el de Victoriano. Fijeza, clase y humillando por abajo. Un carretón que no hizo un sólo extraño al que toreó sin excesivas apreturas, pero con esa belleza que sólo Manzanares tiene. Figura erguida, muleta plana y girando sobre sí mismo componiendo tandas de una suavidad exquisita. Hubo muletazos larguísimos y temple a raudales. Lo despachó en la suerte de recibir de estocada fulminante.

Sobrado de facultades, El Juli paseó un único trofeo del noble salpicado que rompió plaza. El fallo a espadas impidió el doble trofeo. El de Victoriano, muy en lo de Algarra de esta casa, tuvo bondad a raudales. Repitió y humilló una, dos, veinte, treinta veces... Las que hiciera falta. Con profundidad, más largo si cabe por el izquierdo. Julián lo aprovechó ya desde el capote con un ceñido quite hilvanando chicuelinas con julinas. Su penúltima invención de ese laboratorio llamado campo. Original lance que combina la cordobina en el inicio para desembocar en una chicuelina. Luego, el trasteo fue un ejercicio de capacidad del madrileño. Ciencia y mando con una facilidad pasmosa para templar las embestidas. El final, en las cercanías, fue el enésimo alarde. Abusó Julián, que se dejó llegar muy cerca los pitones. Se deslizaron rozando la seda de su terno nazareno. En una baldosa, los circulares. Cómodo en esa angosta apertura. El cuarto fue otra historia. También tocó pelo El Juli, pero los caminos fueron muy distintos. El burel, sin gracia, punteó mucho los engaños y protestaba siempre en la parte final del viaje. No era fácil templar aquello. A base de técnica, el diestro apostó por reducir distancias y, en esas cercanías, se fajó para robarle los muletazos de uno en uno. Limpios. Estocada trasera, descabello y Puerta Grande.

Inmerso en la borrasca del sistema sin quererlo ni beberlo, sustitución por aquí, veto por allá, Javier Jiménez entró en el cartel por el volcánico Roca Rey, aún en el hule. Premio de ley a una temporada al alza, a más, pues puntuó en el abril sevillano, creció en Sanfermines y salió catapultado del agosto venteño por la Puerta Grande. Enseguida demostró que el premio no era estar sino ser. O no ser, mejor dicho, convidado de piedra. Toreó muy despacio al escurrido colorado que hizo tercero. Se dejó el animal, pero le faltó raza. A menos. El de Espartinas puso lo que le faltó a la res, entregado, y paseó un trofeo.

Redondeó la salida a hombros en el sexto al que recibió de rodillas antes de un completo surtido de verónicas,

chicuelinas, gaoneras y medias de hinojos. De la misma guisa epilogó después por manoletinas una faena en la que volvió a poner todo de su parte. Ganas, empeño y buen concepto para tirar y vaciar las embestidas de un toro que se dejó sin maldad, pero no rebosó clase. Triple Puerta Grande y todos contentos en Sanse. El mar, de orejas, no cesa nunca por aquí.