Toros

Toros

Sufrimientos

Manuel Escribano
Manuel Escribanolarazon

El toreo es pura magia cuando ocurren cosas como la de Illescas. De esas se hablará, se recordará cuando pase el tiempo incluso aquellos que no estuvieron creerán que sí. Esa es la magia de esto. De tanto hablarlo, se sueña, se miente, se engaña y resulta que un día hasta crees que es verdad. El lío de Morante y Manzanares fue muy gordo ante los ojos de Pepe Luis, que es como robar un trocito del pasado y mirarlo frente a frente. Deleitarse. Pero la Fiesta tiene otro color. El de la dureza. La sangre, las heridas, las cornadas, las desgracias. Y ahí también estamos anestesiados. A pesar de que la muerte de Víctor Barrio nos haya dejado descompuestos. Nos haya recordado que esto es verdad y los milagros no son infinitos.

Ayer volvió a torear Manuel Escribano. 2016 le había dejado la grandeza y el descenso a los infiernos con muy poco tiempo de diferencia. En abril indultó a «Cobradiezmos», el toro por excelencia de Victorino Martín en Sevilla, nada menos. (Sólo Manzanares lo logró con aquel maravilloso toro de Cuvillo) y el día después de la revolución José Tomás en Alicante, el 25 de junio, Manuel Escribano se perfiló para entrar a matar y la cornada le arrancó la vena safena y femoral, lo que en otra época hubiera sido mortal. Pasado el susto de la cantidad de sangre derramada y la importancia de la herida, vinieron las secuelas: no iba a ser una cornada de 20 días ni un mes. Costó recuperar. Sufrió. Dolió. Y las dudas sobre si Manuel Escribano podría volver a enfundarse el terno de luces se alargaron durante meses. Ese dolor es íntimo para los suyos, queda por dentro de esa sonrisa que lo tapa todo de puertas para fuera. Inmensa era la que lució ayer en el patio de cuadrillas de Valencia donde nueve meses después lo lograba. El torero en torero una vez más. Ejemplo de superación. Y de desafío al miedo.