Toros

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Talavante reconquista y el huracán Roca llega a Zaragoza

Gran corrida de Núñez del Cuvillo en la séptima de la Feria de El Pilar

Alejandro Talavante durante la faena a su primer toro durante la corrida de la Feria del Pilar de Zaragoza
Alejandro Talavante durante la faena a su primer toro durante la corrida de la Feria del Pilar de Zaragozalarazon

Ficha del festejo

Zaragoza. Séptima de la Feria del Pilar. Se lidiaron toros de Núñez de Cuvillo, serio, astifinos y muy bien presentados 1º, encastado y muy bravo; 2º, noble y de buena condición; 3º, de larga embestida y noble; 4º, con mucho ritmo y franca embestida; 5º, de buena condición; 6º, humilla y viaja largo aunque suelta un poco la cara, buen toro. Lleno de No hay billetes.

Sebastián Castella, de carmesí y oro, estocada caída, aviso (oreja); estocada (saludos).

Alejandro Talavante, de negro y azabache, estocada trasera (oreja); estocada trasera, aviso (dos orejas)

Roca Rey, de gris plomo y plata, estocada (oreja); estocada, descabello (oreja).

Talavante volvió a su plaza talismán. Y se notó. Lo que no quedaba resquicio es de aquella paliza que le propinó un toro en Sevilla por San Miguel y que le lesionó una vértebra. La parada le ha puesto en el sitio. En su sitio vital de torero. Al natural ocurrió todo con la nobleza y el franco viaje del Cuvillo que salió en segundo lugar. Exprimió el pozo con muletazos muy bellos, en esa búsqueda de Talavante que cuando se encuentra tiene una fuerza brutal, porque se rebosa. Hubo naturales y más naturales, otros aguantando el embroque y algunos mirando al tendido. Deliciosa fue su obra al quinto, buen toro también, de rodillas el prólogo y gozoso lo que vino después. Un canto a la parsimonia, a la armonía, a la sensación de que es torero de categoría mayor. No ha lugar a otra cosa. Se entretuvo con el toro, como quien se entretiene con algo bello para construir juntos, bueno el Cuvillo con su misterio a desvelar, otro más de un corridón del ganadero gaditano. Hablemos de creación, de lentitud, de temple en las muñecas, de suavidad en la yema de los dedos, de simplificar lo que en verdad es una ecuación ininteligible ante el miedo, y rodearlo, alimentarlo, colmarlo para llegar al camino de la emoción. Y ahí nos reunimos todos. Felices. Aún en tiempos difíciles. Talavante se llevó las dos. Pero antes había hecho el toreo. Vestido de negro y azabache. Torero él. Qué ritmo al natural, qué ganas de acabar el toreo más allá de la cadera, temple exquisito. Faena para el invierno.

Roca Rey hizo un ¡dejadme solo! para hacer el quite al tercero. Y se hartó. Los riñones metidos de veras. Comprometido. Convencido. Como estatua de sal por gaoneras y hasta el infinito y más allá. El público, entregado. Y él con el toro después. Viajaba largo el Cuvillo, punto por dentro y punteando el engaño. Asumió todo Roca con frialdad en la quietud, pero echando los vuelos y queriendo torear de verdad hasta que pudo con el toro. Le ganó la partida. Cabeceaba el sexto en la firme muleta de Roca, pero volaba detrás del trapo y lo quería hacer hasta el final descolgado. Tenía el defecto de puntear y la virtud de querer corregirlo. Tiró Rey de improvisación cuando la cosa se apagaba y la lió buena. Una vez más. Una y una se llevó el torero venido del Perú.

A “Nenito” no le hizo justicia el nombre. Fue un pedazo toro de encastado, bravo y con acometividad a la muleta de Sebastián Castella, que dibujó la faena y sólo por momentos tuvo la grandeza del toro, que abrió plaza. Hasta el final de sus días, hasta el último aliento le duró al Cuvillo el ímpetu, las ganas de ir y comerse el mundo. Paseó un trofeo el torero francés. Noble y con ritmo suave fue el cuarto. Anduvo templado el diestro en una faena medida. Después y durante hubo una revolución. Talavante se fue a hombros, el único que había cortado el doble trofeo a un toro, como dice la normativa de esta plaza, que se saltaron el día antes con la Puerta Grande de Paco Ureña. A pie se fue Roca. A pie y con la cabeza alta.