Madrid

Toreros para reventar un sistema podrido

Gran tarde de Eugenio de Mora y Morenito de Aranda, que cortaron una oreja cada uno

Eugenio de Mora ejecutando un bonito natural a su primer astado de la tarde
Eugenio de Mora ejecutando un bonito natural a su primer astado de la tardelarazon

- Las Ventas (Madrid). Tercera de feria. Se lidiaron toros de la ganadería de Valdefresno, desiguales y destartalada presencia. El 1º, manso, va y viene sin entrega; 2º, de buen aire, pero se raja enseguida; 3º, sobrero de Hermanos Revesado, deslucido y descastado; 4º, repetidor y desigual; 5º, sobrero de El Risco, repetidor aunque se vacía pronto; 6º, manejable, noble, soso y rajado. Tres cuartos de plaza.

- Eugenio de Mora, de carmesí y oro, pinchazo, estocada desprendida, aviso, tres descabellos (saludos); y estocada caída (oreja).

- Morenito de Aranda, de nazareno y oro, estocada corta, aviso (saludos); y estocada desprendida, aviso (oreja).

- Arturo Saldívar, de habano y oro, estocada desprendida, descabello (silencio); y estocada baja (silencio).

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Hubo toros, a porrón, como si los regalaran y sin marcar tiempo el reloj. De aquí y de allá, tres divisas distintas, como diferentes fueron las hechuras y la presentación de la corrida. Costaba encontrar a dos que se parecieran. No fue bonito, ni rematado el encierro por fuera. Y tampoco por dentro. Y de tanto toro que hubo, con mala suerte incluida de lastimarse el quinto la mano durante la lidia, lo que sobresalió de verdad de la buena fueron dos toreros: Eugenio de Mora y Morenito de Aranda. De qué manera. Dos toreros, que se encuentran en ese momento que merece la pena viajar por verlos. Tienen mucho que ofrecer, a pesar de que delante tengan poco. Son capaces de obrar el milagro y crear el toreo, el que conmueve, intenso y bueno, aunque no siempre vengan de cara las cosas. Ayer la corrida se alargó, pero no nos aburrimos. No nos dejaron. Ya Eugenio de Mora nos encandiló con un primero, ancho de sienes, corto, con poco cuello y muchos pitones. Manseó cuando quiso, es decir, desde el principio, y para no resultar discordante lo hizo después en la muleta, más en una embestida vulgar que otra cosa. En ese viaje sin demasiada entrega construyó Eugenio de Mora muletazos de franca buena factura, muy por debajo de la pala del pitón, muy reunido, roto y entregado y multiplicando por tres lo que el animal le ofrecía. Siempre. En cada uno de los encuentros y reuniones. Cortó una oreja al cuarto, más como premio a su manera de estar que a la faena puntual. Grandioso e inolvidable fue el saludo de capa. Una personalidad arrolladora, mágica, como si se le cayeran las muñecas a plomo no pudo firmar verónicas de manos más bajas ni más ajustadas con el toro. Aquello era un encuentro inverosímil que conectó directo con el tendido. No había otra ante algo así. Comenzó de rodillas y ya el pase de pecho de remate puso a pensar al tiempo. Lo paró a su antojo. Con la derecha y al natural encontró el ritmo a un toro que repetía aunque no acababa de empujar de verdad. Soberbios los pases de pecho, y el concepto tan depurado que es capaz de llevar a cabo. La espada le cayó abajo. Y ahí entran las disputas sobre la oreja. No hay debate en su actitud.

Morenito, que salió a saludar antes de comenzar, se fue a portagayola con el segundo, ese toro que tardó nada y menos en rajarse, a pesar de que tenía buena condición le pudo la mansedumbre. En la misma puerta de toriles, donde fue a recibirle, le hizo una digna faena. Replicó en el quinto al quite por lopecinas de Arturo Saldívar, que resultaron impresionantes por el manejo del cite, la distancia y los tiempos, mas cuando estaba todo encaminado se lastimó una mano. El sobrero de El Risco, muy tocado arriba de pitones, con el que se desmonteró Adalid, fue toro con muchas teclas para tocar, y se las fue encontrando para alargar el viaje del animal a partir de la tercera embestida, resolver la tanda con mucho temple y torería hasta que el toro se desentendió. Entretanto dejó De Aranda pasajes de mucha intensidad y la sensación de que está en su momento. Preparado. Y luego hablamos de los trofeos.

Arturo Saldívar dio la cara. No renunció a ningún quite. Ni medio. Ahí se plantaba. Sorprendió en el inicio de faena a un tercero, flojo y descastado. Nobleza tuvo el sexto, el ímpetu justo y con ganas de irse a tablas también. Voluntad dejó el mexicano. No era tarde fácil con dos toreros en plenitud. Esa que necesita la afición para recobrar la ilusión más allá del cambio de cromos al que nos someten. La pelota está en vuestro tejado, empresarios. Y si fueran buenos (aficionados), abrirían carteles. Por el bien de todos.