Toros

Toros

Trofeo para Curro en el día maldito

Díaz, que sustituía al malogrado Iván Fandiño, cortó la única oreja de la tarde en la tercera de las Corridas Generales de Bilbao

El matador Curro Díaz
El matador Curro Díazlarazon

Díaz, que sustituía al malogrado Iván Fandiño, cortó la única oreja de la tarde en la tercera de las Corridas Generales de Bilbao

Ficha del Festejo.

Bilbao. Tercera de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Alcurrucén, serios y bien presentados. 1º, noble, repetidor pero sin humillar, desentendido; 2º, noble, con ritmo, aunque justo de empuje; 3º, noble y de media arrancada; 4º, de buen juego y repetidor; 5º, noble, parado y a menos; 6º, brusco y áspero, complicado. Un tercio de entrada.

Curro Díaz, de azul y oro, media, dos pinchazos, estocada, aviso (silencio); pinchazo, estocada (oreja)

Joselito Adame, de grana y oro, pinchazo, estocada baja (silencio); metisaca, estocada (saludos).

Juan del Álamo, de burdeos y oro, estocada corta (vuelta al ruedo); pinchazo, estocada corta (silencio).

Me perturba este momento. El del elogio fácil al calor, casi al olor de la muerte. No lo soporto. Despierta la parte más hipócrita del ser humano. El ahora. Hoy era el día. El día en el que Iván Fandiño haría el paseíllo en su tierra, o en la localidad más cercana a su tierra con feria importante. Su Orduña natal. Hasta allí fueron a parar sus restos mortales el día después de lo ocurrido. La muerte que nadie podía creer. La muerte que todavía muchos no podemos creer. Porque la muerte es cruel y cobardes los que nos quedamos. Y alivia pensar en la temporada de Fandiño por algún lugar de la geografía española y no que aquel 17 de junio en una plaza francesa se parara en seco el torero y el hombre. Eso duele a los que miramos en la distancia, aunque hayan pasado décadas desde que miramos en la distancia, insoportable debe ser para familiares y amigos.

Hoy la ciudad de Bilbao luce carteles a todo trapo con su imagen, a pesar de que en realidad se le anunciara una sola tarde y no bien colocado. Esas cosas que pasan en la vida. Mejor dicho, en la desgracia de la muerte. Pasa en Bilbao y a quien escribe. Porque Iván Fandiño no comienza a ser Dios al minuto siguiente de su muerte. Iván fue un luchador. Con sus tardes, buenas, malas y regulares, con etapas de verlo muy claro y otras de dar círculos sin salir del laberinto, pero ni uno de esos días, ni uno de todos los que se vistió de torero, que fueron muchos, el destino le premió con el sueño aunque el precio fuera demasiado caro, se despegó ni un milímetro de la libertad, de la independencia, dueño de su destino, de su hambre, de su camino. Y eso, más allá de las tardes buenas, malas y regulares, más allá de los aciertos o desatinos, de los aires o desaires, de los triunfos o de los fracasos, más allá del meritazos de lograr escaparse de las capeas y hacer carrera en los ruedos con un sacrificio tremendo, más allá de todo, le honrará para siempre. Se cuentan con una mano los que osan a hacerlo. Incluidos los de arriba.

Fue una tarde cuesta arriba con una sombra gris tremendamente alargada, porque la vida se antoja precio excesivo.

Sonó su pasodoble mientras hicieron el paseíllo, primero con el público en pie y los toreros en la primera raya del tercio, los silencios fueron más silencios, y el mundo real era algo ajeno. No había emoción, porque es más poderoso el sentimiento de que nada vale tanto como para perder la vida en el camino. Emprendieron Curro, Joselito y Juan el camino que hubiera hecho Iván y comenzó la tarde, como sigue la vida, con la memoria a cuestas y la desmemoria en el horizonte. “Avellanito”, de Alcurrucén, apretó como un demonio de salida (honor a su encaste también, pronto para alarmarse) y Curro Díaz, qué papelón, sustituto de Fandiño en casa, brindó al cielo, tan soleado como negro. Fue noble después el alcurrucén y repitió en el engaño, pero sin entrega y saliendo desentendido del encuentro. Voluntarioso Curro. Nos enseñó a “Cornetilla” en la primera tanda. Iba presto el cuarto a la muleta de Curro Díaz. Repetidor, con profundidad e incansable. Había toro. Y lo hubo. Nos costó poco meternos en la faena, allá fuimos para entrar de lleno, pero luego no... no acababa de arrancar la cosa, perdiéndose en los tediosos recovecos en los que la muleta se engancha una y otra vez y la fe no acaba de mover la montaña. Un pinchazo precedió a una estocada fulminante y paseó un trofeo.

A ras del suelo echó las manos Joselito Adame con el segundo. Se mece el toreo a esas alturas y ritmo sacó a relucir el alcurrucén. El que tuvo después en las telas, noble aunque justo de poder. Buscó Joselito las teclas al toro y al natural en una tanda fue por donde más fluyó el toreo, sin brusquedades, limpio. No transcurría todo en la misma dirección y de ahí que no llegara a alcanzar la comunión con el toro. De vértigo fueron los estatuarios al quinto. Duró poco la emoción. Noble el toro, pero parado y a menos. Sobraba todo pues. Tuvo Joselito que abreviar.

Blandeó el tercero, aunque no lo acusó después, cuando Juan del Álamo le plantó cara. Media arrancada tenía el animal y nobleza y con esos argumentos construyó su faena por ambos pitones. La muleta siempre en la cara para así poder ligar, y de medias hacer enteras e hilar series. Compactó, hundió el acero y dio una vuelta al ruedo. El sexto no tuvo concesiones a la fecha ni al momento, brusco, áspero y difícil. Del Álamo quiso. Se hizo larga la tarde. Fue esa tarde en la que no quisimos estar. No caerás en el olvido, torero. No lo mereces.