Feria de San Isidro

Una corrida más, tres toreros menos

Sebastián Ritter, en una manoletina en Las Ventas
Sebastián Ritter, en una manoletina en Las Ventaslarazon

Deslucido encierro de Partido de Resina en la Feria de San Isidro.

Una corrida más. Tres toreros menos. Salen las cuentas en el casi ocaso de este San Isidro que sí nos ha dado honores, emociones y tributos dolorosos. De todo, pero en ese límite vive la magia del toreo sin titubeos. Se anunciaba en el tramo final de las duras la ganadería de Partido de Resina. Se lidiaron los seis. Un conjunto desigual de hechuras, de presentación, de seriedad y de cuajo. No había manera de encontrar un hilo conductor para deambular en el encierro, un sentido. Y mucho menos encontramos un motor para quedarnos. Ese algo que te tenga en vilo o a la expectativa de que la cosa puede funcionar. Dos horas clavadas, ni un minuto más duró el espectáculo. Y menos mal, porque el desarrollo de la tarde fue de las que crea poca controversia y ni tan siquiera diálogo con el compañero de localidad. En la amplitud de los matices se alimenta el debate, la polémica, las versiones de una misma versión sin doblaje que nace y muere. Ni un ápice de ello. La tarde nos fue cayendo encima toro a toro, sin mensaje ninguno, con la sensación de que se pasaba la tarde, la corrida, una más, una menos, y se estrellaba a un terna que tuvo poco que decir, a pesar de lo mucho que se juegan por estas fechas los toreros modestos en San Isidro. El Mundial, palabras mayores, que quedaron en minucia a las nueve de la tarde. Acabó por rajarse un primero, que iba y venía, sosote, sin humillar ni decir nada en el viaje. Quiso Gallo ante frustrante situación, y eso que no había hecho más que empezar. El cuarto, que fue pedazo toro, de grande, cortó una barbaridad en el tercio de banderillas. No lo puso fácil, ni parecerlo. Nos engañó en los primeros compases de la faena del salmantino, cuando tomó el engaño con cierta suavidad y nobleza. Antes de nada, después de todo, se rajó el toro y ahí acusaba ya los arreones de manso.

A Ritter no le pudimos ver ni el valor de piedra de otras ocasiones. Su primero sacó nobleza, andaba por allí, sin entregarse ni poner tampoco en compromiso al matador. Dejaba estar el de Partido de Resina. Mostró voluntad y quiso matar recibiendo y no encontró tino. Las espadas no anduvieron todo lo finas que se deseaba para la ocasión, casi siempre después de pinchar, en su mayoría estocadas en los bajos. Descomunal eran los pitones que tenía el toro del quinto, muy abierto, mucho espacio entre uno y otro. A cabezazo limpio dirimió el tercio final, ni un resquicio para una embestida humillada. Dejó Ritter la voluntad.

El sexto manseó en el caballo con un descaro enajenado, no fue brava la corrida en el caballo, pero éste lo cantó sin pudor. Por encima del palillo salía el toro del embroque en la faena de muleta de Rafael Cerro. Poco sumó el toro, abnegado el torero. Más peligro tuvo el tercero, que se medio hizo el tonto en la primera tanda y se orientó a la velocidad de la luz. Al menos, cogió un camino, y Cerro el del oficio para poner fin. La clausura a un tarde de sombras, de esas que suman una corrida más en la feria y tres toreros menos. Una pena.