Ferias taurinas

Y en pleno relevo... Ponce, en vena

Magisterio del valenciano, que corta tres orejas en Santander; actitud sin premio de Roca Rey y Del Álamo

El valenciano dibuja su famosa «poncina» al cuarto de la tarde
El valenciano dibuja su famosa «poncina» al cuarto de la tardelarazon

Magisterio del valenciano, que corta tres orejas en Santander; actitud sin premio de Roca Rey y Del Álamo

Santander. Tercera de feria. Se lidiaron toros de Miranda y Moreno, el 5º como sobrero tras correrse turno en el 2º, desiguales de presentación. El 1º, noble y con clase, pero justo de fuerzas; el 2º, con movilidad y profundidad, pero sin clase; 3º y 6º, sin raza y a menos, muy parados; el 4º, premiado con la vuelta al ruedo, gran toro, humilló por abajo, con transmisión y codicia; y el 5º, con bondad por el derecho. Tres cuartos largos de entrada.

Enrique Ponce, de grana y oro, estocada desprendida (oreja con fuerte petición de la segunda); pinchazo, media (dos orejas).

Juan del Álamo, de marino y oro, aviso, estocada (saludos); aviso, pinchazo, estocada caída (vuelta al ruedo).

Andrés Roca Rey, de sangre de toro y oro, media, descabello (saludos); dos pinchazos, descabello, aviso, dos descabellos más (silencio).

En el año del cacareado relevo generacional, Enrique Ponce no deja de reivindicarse. Como si le hiciera falta a estas alturas. Y lo hace toreando. Toreando con pureza. Con armónica naturalidad. Tres orejas ayer en Santander y, de nuevo, la sensación de que está... En el enésimo momento para verlo y saborearlo. Al cuarto sencillamente le formó un lío. Pese al pinchazo y la media, en muy buen sitio, desorejó a un gran toro de Miranda y Moreno, premiado con la vuelta al ruedo. Humilló, transmitió y, sobre todo, duró más que sus hermanos. Al compás de los acordes de «La Misión», de Ennio Morricone, Ponce compuso una sinfonía maravillosa. Faenón. Torerísimo el prólogo por doblones para sacárselo a los medios. Con suavidad en los embroques y dulzura en cada lance, cinceló tandas rotundas, de trazo armonioso. Temple y hondura a raudales meciendo la tela. Desmayo, por momentos. Las poncinas corroboraron el alboroto. Cumbre. Rompió plaza un animal de dulce. Muchísima calidad en las embestidas y muy noble, aunque justito de energías. En las manos de Enrique Ponce, ese problema, es menos problema. Lo cuidó con mimo y, tras un templado quite por delantales, brindó al público, consciente de que había materia prima. Y estoica paciencia, por su parte. Lo dejó a su aire las primeras tandas, sin forzarlo, para exprimirlo en un final cumbre. Magisterio. Si hubo temple en la primera mitad, en la segunda, derrochó hondura y toreo caro por ambos pitones. Muy despacio. Al ralentí. Una serie de derechazos, de cante grande. Relajado. Abandonada el alma del cuerpo. Rubricó con dos circulares invertidos, el del desprecio y un cambio de mano excelso. El abaniqueo final, «made in Chiva». Enterró la tizona hasta la yema, caída por milímetros, pero con mucha muerte. Oreja y petición mayoritaria de la segunda que el presidente no atendió.

Descoordinado el segundo, Juan del Álamo –que regresaba a un feudo suyo, en el que incluso tomó la alternativa hace un puñado de julios– corrió turno. Hilvanó larga cambiada con verónicas, chicuelinas y cordobinas en un vistoso saludo de capa. El animal tuvo todo el recorrido, franca profundidad, pero le faltaba empuje. Entrega. Valiente el mirobrigense, por encima de su rival. Le buscó las vueltas al sobrero quinto, alto y más bastito de hechuras, que la tomó siempre mejor por el derecho. Tuvo nobleza. Por ahí, hubo ajuste y corrió bien la mano, todo bien ligado en una faena de maratoniano rodaje en la que no hubo acople al natural, más descompuesto. Vuelta al ruedo.

El peor lote fue Roca Rey. Se consumió como un azucarillo. Su toreo poderoso reclama otro toro. Ese mando y esa seguridad, tan precoces que asustan, no sirven con animales sin raza. Con el descastado tercero, tiró de ese innato valor para poder a un animal que terminó completamente acobardado, parado y sin un pase. Le duró el notable comienzo de rodillas en redondo. Poco más. Se lo dejó llegar cerquísima, con los pitones resbalando varias veces por sus muslos. Obliga a contener el aliento. Así es el peruano. Más de lo mismo con el sexto, con el que encima se le atragantaron los aceros. Al menos, nos regaló un volcánico quite por tafalleras y gaoneras. Volverá mañana para desquitarse y tomar la misma senda de Ponce. Por la Puerta Grande. Otro año en sazón y van...