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«9-1-1», unas emergencias que cuestan creer

El jueves Ryan Murphy estrena en Fox su nueva serie, de la que es cocreador y productor, y uno de esos productos que los canales utilizan a modo de relleno.

Buck intenta salvar a una joven de ser estrangulada por una pitón
Buck intenta salvar a una joven de ser estrangulada por una pitónlarazon

El jueves Ryan Murphy estrena en Fox su nueva serie, de la que es cocreador y productor, y uno de esos productos que los canales utilizan a modo de relleno.

A lo largo de su carrera como creador enormemente exitoso de ficciones seriadas, Ryan Murphy se ha caracterizado por tratar de romper barreras mientras revivía el concepto de musical televisivo, traducía las tribulaciones criminales y judiciales de O.J. Simpson a premios Emmy, adaptaba una de las obras teatrales más importantes sobre el movimiento de lucha contra el sida, se daba un paseo a través del terror, la brujería, el vudú, los manicomios y las casas embrujadas y convertía la elección de Donald Trump en una alegoría hecha de payasos y sectas. Por eso resulta algo extraño verlo ahora como cocreador y productor de «9-1-1», el tipo de entretenimiento genérico que los canales de televisión acostumbran a utilizar a modo de relleno.

Sobre el papel, eso sí, la nueva serie –la emisión de la primera temporada, de 14 episodios, arranca en Fox el próximo jueves– posee el nivel de exceso esperable en una producción estampada con el sello Murphy: incluye un bebé atrapado en una cañería después de haber sido engullido por el hueco del váter, escenas de gente a punto de morir estrangulada por una pitón gigantesca aderezadas de frases de diálogo del tipo: «No puedes dale un puñetazo en la cara, Buck, ¡es una serpiente!», y jóvenes mujeres que vuelan por los aires camino a la muerte.

Velocidad narrativa

Al menos, a juzgar por su piloto, «9-1-1» se esfuerza por demostrar que no es un mero remedo del típico drama procedural, a pesar de que la colección de clichés sobre los que ese primer episodio se construye invitan a pensar precisamente lo contrario. Para demostrarlo bastaría con poner este ejemplo: es una historia sobre un grupo de personajes bajo presión cuyos primeros 45 minutos se resuelven a ritmo de «Under Pressure» (Bajo presión), de Queen.

En concreto, la serie acompaña a una operadora del sistema de llamadas de emergencias 911, un bombero y una agente de policía, centrados en la lucha por salvar a todos aquellos enfrentados a situaciones de vida o muerte. El piloto dedica la mayor parte de su metraje al bombero, Bobby, y establece la dinámica paternofilial que el personaje mantiene con un joven colega incapaz de evitar que su libido interfiera en su trabajo; no resulta especialmente creíble, en ese sentido, que para impresionar a su cita el muchacho robe uno de los camiones cisterna de la estación.

Cada episodio se estructura a la manera de una sucesión de emergencias, cada una un poco más extravagante que la anterior –si lo que sucede en el piloto es un día típico de trabajo para estos personajes, en el futuro tendrán montones de anécdotas que explicar a sus nietos– y todas ellas cargadas de niveles razonables de tensión aderezados, eso sí, de improbabilidades narrativas y giros absurdos y boquetes argumentales más grandes que algunos municipios. Cada caso se resuelve con brevedad y en el proceso acredita una capacidad de asombro limitada, una creatividad modesta y una hondura psicológica más bien escasa.

Uno de los comentarios que con más asiduidad suelen hacerse sobre Murphy es su aparente incapacidad para permanecer centrado en un solo hilo argumental central durante mucho tiempo. Así se explica su necesidad de pulsar constantemente el botón de reinicio en series como «American Horror Story», no solo de una temporada a la siguiente, sino en ocasiones entre episodio y episodio. En ese sentido, «9-1-1» lleva dicho enfoque al extremo, condensando lo que podrían ser episodios enteros en secuencias individuales de apenas 10 minutos.

Eso, como mínimo, impide que la nueva serie resulte aburrida. Las escenas y las emergencias se suceden a toda velocidad y sin miramientos como una ambulancia que se salta los semáforos. Ese ritmo es un derroche de astucia por parte de Murphy, puesto que impide que nos fijemos demasiado en lo estúpidos que resultan los personajes cuando empiezan a declamar el tipo de frases pseudopoéticas con las que se rellenan las galletas de la suerte, o meditan en voz alta sobre lo duro que es su trabajo y lo afortunados que son por dedicarse a ello a pesar de todo, o sobre esas pequeñas emergencias de las que nuestras vidas se componen. La palma de los diálogos cursis se la lleva sin duda la operadora del 911, que justo en medio de una situación particularmente tensa musita: «¿No es extraño que me sienta más cómoda afrontando este tipo de emergencias que la que me encuentro al volver a casa?».

Héroes cotidianos

Eso, lo que los personajes se encuentran al acabar la jornada, trata de aportar dosis adicionales de sentimentalismo: uno de los personajes tiene una madre que padece Alzhéimer, otro es un alcohólico rehabilitado que va a la iglesia a confesarse cada semana; y la policía tiene un marido que acaba de confesarle su homosexualidad.

El clima de crispación política y social que impera en la actualidad estimula cierta mentalidad apocalíptica: el mundo parece estar yéndose al garete, y necesitamos héroes que nos hagan sentir que no nos pasará nada malo. «9-1-1» podría ser la serie indicada para proporcionarnos esa sensación de seguridad de no ser porque resulta prácticamente imposible tomársela en serio. Puede ser que el piloto intente marcar distancias con otras series de temática similar, y que los futuros episodios tengan los pies más pegados a la tierra, pero quienes necesitan ser salvados más urgentemente son sus guionistas.