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La droga que descolocó a la audiencia

«Breaking Bad», la ya mítica serie con Bryan Cranston, cumple diez años desde su estreno en EE UU.

A la izda, Bryan Cranston y detrás, Aaron Paul
A la izda, Bryan Cranston y detrás, Aaron Paullarazon

«Breaking Bad», la ya mítica serie con Bryan Cranston, cumple diez años desde su estreno en EE UU.

La misma sensación de estupor, pasada por la túrmix del asombro por la pérdida de la virginidad televisiva y el regocijo que trae consigo, que cuando se tiene una revelación. Eso fue lo que experimentaron muchos espectadores en Estados Unidos cuando vieron el 20 de enero de 2008 el primer capítulo de «Breaking Bad» en la cadena AMC. En España se tuvo que esperar un año, pero el efecto fue el mismo. Ahí teníamos a Walter White (Bryan Cranston), un profesor de química al que le detectan un cáncer terminal que, con el afán de dejar a su familia un colchón económico, decide entrar en el negocio de la droga. Le sobran conocimientos para crear mentafetamina pura y, con la ayuda de un alumno, Jesse Pinkman (Aaron Paul), que a lo largo de las temporadas se convertirá en su antagonista, crea un imperio y se mete de cabeza, y sin dilemas morales, en el crimen. A medida que avanzaba la ficción el alma de Walter (White-blanco) no hacía honor a su apellido y se emponzoñaba cada vez más. La evolución de este personaje ha sido de las mejores, y más complejas, que se ha visto en la televisión. Pasó de ser un santo varón a un hombre implacable y cruel, como si la metástasis del cáncer de pulmón que padece se hubiese extendido hasta su corazón. También es de las más efectistas sin recurrir a escenas gratuitas. Hasta ese momento, los personajes era más lineales, con alguna excepción y, por supuesto, más edulcorados.

No se sabe si se dio cuenta, pero su creador, Vince Gilliam, grabó su nombre en letras de oro de la historia de la televisión. Venía de «Expediente X», pero, ¿a quién le interesa ya eso? Gilliam se atrevió con una producción arriesgada que no estaba dispuesta a complacer a la audiencia. Quería incomodarlos, agitarlos y, como la mentafetamina, estimularles y llevarles a un estado de «shock» temporada tras temporada.

¿Ciudades anodinas?

Con ficciones que recurrían sistemáticamente a varias de las ciudades más reconocibles de Estados Unidos, como Nueva York, Los Ángeles, Boston y Seattle, situó en el mapa un Estado y una ciudad tan aparentemente anodinos como Nuevo México y Alburquerque, que se convirtieron en unos personajes más de la historia, al igual que la cadena de restaurantes «Los pollos hermanos», un lugar pelín pestilente que servía de tapadera a la red de distribución de mentafetamina creada por White. Y Saul Goodman (Bob Odenkirk) es uno de los personajes más divertidamente sórdidos que nos han presentado. En la realización también hubo un antes y después –aunque no muchas ficciones han seguido la tendencia– sobre utilizar los planos subjetivos en los lugares más insólitos, desde lavadoras a retretes pasando por rejillas de ventilación y bolsas llenas de dinero, entre otras. Estas imágenes le daban una identidad y se convirtieron en su sello visual. «Breaking Bad» duró cinco temporadas –las que debía, estirarlas hubiera sido una profanación– y puede que la frase que mejor resuma su espíritu sea la que pronuncia Walter White en el último episodio: «Me gustaba hacerlo. Era bueno haciéndolo. Y estaba realmente... estaba vivo». Amén.

Qué ha sido del equipo

Bryan Cranston ha seguido trabajando como actor y productor –ahora mismo se le puede ver en «Electric Dreams»–, pero ninguno de sus personajes ha tenido la misma repercusión. Su compinche, Aaron Paul, ha vivido una situación similar. Está rebotando de serie en serie sin que ninguna le reporte tan buenas críticas. Más suerte ha tenido Bob Odenkirk que protagoniza el «spin off» de «Better Call Saul», que cuenta ya con cuatro temporadas. Vince Gilliam, tras la fallida «Battle Creek», se refugia en el éxito de «Better Call Saul».