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Un azote, ¿correctivo o delito?

Un azote, ¿correctivo o delito?
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El Consejo de Europa reabre el debate tras pedir a Francia que lo prohiba explícitamente en su legislación.

Azote sí o azote no. ésa es la cuestión. El debate se ha reabierto después de que el Consejo de Europa instase ayer a Francia a prohibir explícitamente en su legislación la corrección a los niños a través del castigo físico. El Código Penal galo castiga la violencia grave, pero no hace referencia alguna a los azotes o cachetes. Hace ahora diez años, el mismo organismo europeo pidió a España que eliminase del Código Civil el derecho de los padres a corregir a los menores «razonable y moderadamente». La respuesta española, con José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno, fue eliminar ese reconocimiento y ahondar en el respeto a la integridad física y psicológica de los hijos. Francia no seguirá por ese camino, pues, según manifestó Laurence Rossignol, secretaria de Estado de Familia, «las evoluciones de la sociedad no se hacen a golpe de Código Penal. No lo haremos con una ley. No quiero dividir a Francia en dos, entre los partidarios de dar un azote y los que están en contra».

Lo cierto es que en nuestro país sigue existiendo una cierta permisividad ante un cachete correctivo a un niño, tal y como se desprende de la última encuesta del CIS en la que se abordó la cuestión de la infancia, en octubre de 2005. Según este estudio, en torno al 60% de los españoles estaban de acuerdo con que un azote a tiempo evita mayores problemas y con que a los niños hay que enseñarles a obedecer aunque para ello se utilicen castigos, mientras que un 56,4% afirmaba que los castigos son efectivos. Por el otro lado, cabe reseñar también, según el mismo estudio, que un 95% creía que el diálogo era el mejor sistema para hacer comprender a los niños y que el 79,2% creía que es mejor premiar comportamientos adecuados que dar cachetes. La conclusión: pensamos que tanto el diálogo como el premio son las mejores actitudes para enseñar a los más pequeños, aunque no renunciamos a utilizar el azote.

Entonces, Save the Children, que lidera la lucha contra el castigo físico y psicológico de los niños, consultó a niños de entre 7 y 15 años sobre esta cuestión. El 46% dijo que nunca era necesario pegar a un niño, mientras que el 41% sólo en alguna ocasión y el 4% en muchas ocasiones. Los sentimientos que generaban en ellos un azote eran dolor (61%), tristeza (60%), enfado (39%), miedo (37%), etc.

«La idea que han trasladado algunos medios ha hecho mucho daño: si le das un bofetón a tu hijo y te denuncia, o vas a la cárcel o te quitan a tu hijo», afirma Javier Urra, doctor en Psicología y ex Defensor del Menor. Y es que considera que hay que diferenciar claramente el llamado «cachete» del maltrato, «que supone un daño físico, con una pauta continuada y grave», y que suele tener «antecedentes clínicos en los hospitales». A su juicio, los cambios legislativos realizados en el Código Civil hacen imposible un «toque» de atención a nuestro país como el que se ha propinado a Francia, pues se ha logrado «castigar el maltrato sin quitar autoridad a los padres».

«No soy fundamentalista en este sentido: un cachete no es un maltrato. Pero ¿se puede educar sin dar una bofetada a un niño? Se puede y se debe. La bofetada no es pedagógica», añade. Al final, el objetivo de los padres consiste en encontrar un equilibrio. Y es que no hay que olvidar que «los hijos tienen obediencia debida a sus padres», mientras que «es esencial para el bien de los menores que sus padres se empoderen».

Jesús García Pérez, presidente de la Sociedad Española de Pediatría Social y de la Asociación Madrileña para la Prevención del Maltrato Infantil, asegura que «al que se enseña pegando aprende a pegar». «Se llame cachete o bofetada, no se consigue nada con eso», añade. Y es que, en su opinión, esa cultura que parece aceptada en España sobre el «azote a tiempo» demuestra la «hipocresía de una sociedad que rechaza la violencia».

Para García Pérez, la clave está en «educar a los padres». «A los niños hay que explicarles el por qué de las cosas para que averigüen cómo hacerlas. El niño, lógicamente, es oposicionista por naturaleza, y los adultos debemos tener la suficiente madurez para tener empatía con él y ponernos en su lugar antes de reaccionar con violencia», explica. Para ello, afirma, hay que enseñarles algo de utopía, imaginación... Pero, claro, eso sólo se logra con tiempo. Y a día de hoy, con unos padres que llegan a casa cuando el niño ya duerme, parece complicado.