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El destino había jugado sus cartas

Nosotras aún no éramos conscientes pero el destino ya había jugado sus cartas...

El destino había jugado sus cartas
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Una crónica de Ángela Portero

Una semana después de perder la oportunidad de navegar en el Goay cuando ya llevábamos casi quince días pateando los pantalanes y los bares del muelle deportivo de Las Palmas en busca de un barco para cruzar el Atlántico, nuestros ánimos estaban por los suelos.

1. Los sueños cumplidos de Ángela Portero

► 2. Buscando barco desesperadamente

Lo que pensábamos que iba ser una breve estancia en la isla empezaba a alargarse demasiado y más teniendo en cuenta que nos alojábamos en casa de un amigo que no se encontraba en su mejor momento. A pesar de ello, nos acogió con los brazos abiertos en su villa situada en Tafira Alta, uno de los barrios más exclusivos de Las Palmas, dónde se encuentran magníficas y coloridas residencias que aún conservan su aire colonial de principios del siglo XX. Rodeadas de amplios y frondosos jardines, desde lo alto de la colina, disfrutábamos de unas increíbles vistas al mar.

Todos los días cogíamos la guagua para ir al puerto. Allí transcurrían nuestros días pasados por agua ya que ante nuestro asombro y el de los isleños, una persistente lluvia nos acompañó los catorce días que duró nuestra estancia en Gran Canaria, empañando aún más nuestro ánimo. Los carteles en los que nos anunciábamos como tripulación desaparecían bajo la lluvia y las tripulaciones se refugiaban en sus camarotes en vez de pulular por los bares y tiendas del muelle deportivo.

Nuestra búsqueda online tampoco estaba dando mucho resultado. En esas estábamos cuando recibimos un mensaje de Selçuk, interesándose por nosotras. Hacía más de dos meses desde que, a través de Crewbay, la página web a la que recurríamos para ponernos en contacto con propietarios de barcos en todo el mundo, habíamos contactado con este armador de origen turco y nacionalidad americana. Era el propietario del Orient Express, un Catana58, un catamarán muy veloz, seguro y cómodo. A pesar de ello, habíamos rechazado su invitación para cruzar el Atlántico.

Selçuk era un lobo de mar solitario que, a sus 66 años, había cruzado trece veces el Atlántico. Era la primera vez que se planteaba navegar con alguien y nosotras dos éramos, por tanto, su única tripulación. Nos aterraba pensar que pudiera sufrir algún percance y quedarnos solas al timón del catamarán. Aunque seguíamos sintiéndonos intranquilas navegando solas con un sexagenario, el apremio por cumplir nuestro sueño nos llevo a aceptar su invitación.

El se encontraba sólo en Ibiza después de que, según nos dijo, la italiana que le acompañaba se desembarcara tras padecer el temporal que asoló el Mediterráneo en noviembre. Con olas de más de 6 metros y vientos de 40 nudos, Paola le había dejado plantado en Ibiza, el primer puerto en el que pudieron refugiarse. Así justificó el abandono de su acompañante, a quién hizo llamarnos para explicarse, aunque a nosotras, lo único que nos importaba entonces es que la huída de la italiana había resultado providencial. O al menos, eso creíamos...

De las Palmas, de nuevo, a Marbella.

Acordamos que nos embarcaríamos en Marbella, ya que no había vuelos directos de Las Palmas a Ibiza. No sé si fueron los nervios, la emoción o la premura con que busqué los billetes pero volar a Málaga fue toda una odisea. El día antes de partir, al imprimir las tarjetas de embarque, descubrí que había comprado los dos billetes a mi nombre. Conseguí solucionarlo al ponerme en contacto por Twitter con la Community Manager de Vueling, Matilde, que solucionó el cambio de nombre sin coste. Con nuestros maletones de más de 25 kilos, y sendas mochilas, nos dirigimos al mostrador para facturar. Fue entonces cuando nos dimos cuenta que, pese a coger la tarifa más cara, ésta sólo incluía equipaje de mano. Volví a contactar con Matilde que, una vez más, solventó mi error. Lo peor llegó cuando al pasar la tarjeta de embarque por el control, éste se puso en rojo. ¡Me había equivocado de fecha también!. Me armé de valor para llamar de nuevo a Matilde, a quién nunca podré agradecer lo bastante su ayuda en el inicio de esta aventura.

Ya en Marbella nos quedamos a dormir en el barco de mi amigo Javier en Banús. Estar en el puerto suponía para nosotras una manera de aclimatarnos a nuestra soñada vida marinera. Estábamos en una Sunseeker de 12 metros en Puerto Banús y sentíamos, por primera vez, nuestro sueño al alcance de la mano.

Dos días después y sin contratiempos, el Orient Express llegó a recogernos. Quedamos con él en la gasolinera del puerto, dónde mientras repostaba, cargamos nuestro voluminoso equipaje. Selçuk me miró, entre asombrado y divertido, al ver que llevaba mi traje de supervivencia. Él sabía que yo no me sentía segura navegando sólo con él. No era sólo nuestra inexperiencia o su edad, había algo en Selçuk que me hacía mantenerme alerta. Cuando se sentó a mi lado, en la proa del Catana, supe el porqué. Su mirada no era limpia.

Navegamos hasta La Línea de la Concepción, asombradas de los automatismos y la tecnología de aquel lujoso catamarán de 18 metros de eslora y 9 de manga. Atrás quedaba Marbella y muchos sinsabores que me hacían abrazar con ganas mi nueva vida nómada. Con el sol cayendo sobre la proa, llegamos al atardecer al puerto de La Alcaidesa en La línea de la Concepción.

Nos habíamos acomodado en sendos camarotes que compartían un baño inmenso a babor. Yo ocupaba la popa y Raquel, un camarote más amplio en proa. El lado de estribor estaba ocupado únicamente por la cabina del armador, enorme y lujosa, con un espacioso cuarto de baño, vestidor y una gran zona de estiba. Los cerca de 160 metros cuadrados de superficie del catamarán hacían que la amplitud del salón y la cocina no tuvieran tampoco nada que envidiar a los de una casa convencional. No podíamos creernos nuestra buena suerte.

Prohibido fumar en el Orient Express.

El único inconveniente era que a bordo estaba absolutamente prohibido fumar y pese a nuestras intenciones de dejarlo, ni Raquel ni yo, habíamos dejado de meter en nuestra maleta unos cartones de tabaco. Cuando llegamos a puerto y tras ayudar en la maniobra de atraque, único momento en el que el capitán nos solicitó ayuda, nos alejamos del muelle para encender un cigarrillo. Para ocultar el olor a tabaco habíamos pensado en todo: compramos un spray oral de Fluocaril y llevábamos en el bolso nuestro perfume y una crema de manos. Confiábamos en esos artificios mientras tratábamos de hacernos a la idea de cómo aguantar la larga travesía oceánica sin fumar.

Al día siguiente, conocimos a Ana Morales, responsable comercial del puerto que nos facilitaría muchísimo nuestra breve estancia en La Alcaidesa. Tuvimos tiempo para visitar la ciudad, hacer compras y ver a algunos amigos como Jose, impulsor de mi Club de Fans en Twitter, a quién hacía tiempo que no veía. Para tener una excusa y salir a fumar, solíamos utilizar las impecables duchas de la Marina, aunque Selçuk no entendía que lo hiciéramos: teníamos agua de sobra y un baño más que cómodo para ducharnos. Antes de las siete de la tarde teníamos que tener lista la cena del capitán y cenar con él ya que a bordo se mantenía el horario de comidas del americano.

Por suerte, el capitán solía beberse un par de whiskys después de la cena y se acostaba a las nueve. Entonces, Raquel y yo, nos íbamos a dar una vuelta y a tomar unas cervezas. La última noche, cuando regresábamos al barco, decidimos tomar la última en el pequeño bar de la Marina. Fue allí dónde conocimos a Gian Luca y Giampaolo, que se presentaron como cocineros italianos que, a bordo de un catamarán como nosotras, se disponían a cruzar el Atlántico. Entre risas e intercambio de recetas, acabamos bailando sevillanas y creamos un grupo de Whatssap: “Navegantes”. Al día siguiente, tanto ellos como nosotras, zarparíamos con destino a Marruecos. Nosotras aún no éramos conscientes pero el destino ya había jugado sus cartas...