Enrique López

Voto electrónico

Hoy es un día electoral, estamos eligiendo a nuestros representantes en diferentes administraciones y, como algunos dicen cuando no saben que decir, «es la fiesta de la democracia». A pesar de lo manido y superfluo de la expresión, no les falta algo de razón. En este tipo de acontecimientos siempre hay alguien que habla del voto electrónico y pide que las nuevas tecnologías se implementen en las elecciones. No cabe duda de las comodidades que permite el voto electrónico, para el que vota, para el recuento, para las personas con discapacidad, etc. Aún así, ha sido calificado como anticonstitucional en algunos países como Alemania, cuya Corte Constitucional afirma algo que muchos políticos y consultores proponentes del voto electrónico olvidan: «En la República la elección es cosa de todo el pueblo y asunto comunitario de todos los ciudadanos» y la función del proceso electoral es la «delegación del poder del Estado a la representación popular»; por ello, su legitimidad no puede ser sacrificada en función de la comodidad de funcionarios o la ansiedad de políticos por conocer los resultados. El día de las elecciones es el día del pueblo, en el que los ciudadanos se sienten dueños, aunque sea sólo por un día, de su sistema democrático; es un día en el que se acude a votar al colegio electoral con toda la familia, en la que se respira un aire especial. Sustituir eso por un sórdido voto a través de una máquina o de tu IP securizada sería un grave error. Cuando los cristianos acudimos a misa lo hacemos con un sentimiento e inspiración que ningún sistema telemático puede sustituir, y algo parecido ocurre el día electoral. Como decía nuestro añorado presidente Adolfo Suarez: «El futuro no está escrito, porque sólo el pueblo puede escribirlo».