Pedro Narváez

¿Y si el filtrador era el mayordomo?

No desesperen, la lista negra del blanqueo acabará por conocerse. No de golpe, pero cuando los casos vayan judicializándose esos nombres se harán tan famosos que igual les llaman para «Supervivientes», al cabo ya saben lo que es un paraíso: un lugar lleno de huevos de serpientes y cagadas de palomas. Paciencia pues, que no hará falta saltarse ni la ley del desierto ni la del mar. Y si es menester recibirán su castigo, para eso están las normas. O deberían estar. Los mismos que se pusieron babero del hiperbólico placer que les produjo que Rodrigo Rato fuese detenido de aquella manera critican las formas en un indigesto festín de hipocresía. Esa mano. Rato es un hombre atrapado en un espejo, la moderna jaula de las especulaciones. Hasta a unos primates les han reconocido el derecho del habeas corpus. Los simios acabarán teniendo más derechos que los hombres, esos seres nacidos para la intriga. En la Agencia Tributaria y en Anticorrupción hay funcionarios de todos los colores, como no podía ser de otra forma, que el Gobierno no controla o no quiso controlar. Es como el vaso de leche que Cary Grant sube por las escaleras a Joan Fontaine en «Sospecha». En los suburbios de la política empiezan a aflorar nuevas conjeturas que contradicen la evidente y tal vez facilona lucha cainita entre Guindos y Montoro, que es como una exclusiva de la periodista Zoe Barnes en «House of Cards». Lo peor es que el PP tiene entre sus defectos hundirse cuando no maneja la comunicación política. En vez de trazar un discurso como del Premio Cervantes –ay, Juan Goytisolo, qué bien se vive en Marraquech, esa ciudad toda desahucio–, habla con faltas de ortografía balbuceantes, que es meter los dragones en casa cuando el enemigo acecha fuera. Dan de comer a las pirañas no vaya a ser que les hagan la pedicura. El miedo puede desembocar en valor. No parece que sea el caso.