Pedro Narváez

Yo, andaluz

Andalucía es un mal chiste. El vídeo del PP de Extremadura no pasa de un «gag» como de «Muchachada Nui», esas ocurrencias que un día fueron adolescentes y hoy engatusan a viejunos o viejóvenes como Monago. Una anécdota. Ningún político mira a la cara a un paisano y le dice «Mira quillo, esta tierra lleva más de treinta años aislada del mundo real». Es un Matrix con palmeras e higos chumbos. Ni siquiera los que anhelan llegar al Gobierno. Para uno que dijo lo de la caña de pescar, por poco lo echan a pedradas como al sarasa que limpiaba el cine Almirante de la Isla cuando yo era chico. Nadie se atreve, no vaya a ser que los asuste con la verdad, que ya se ha quedado en que puede ser blanca o negra como el vestido que cada uno ve de un color diferente. La verdad es liberal sólo cuando interesa una levantá de Mariana Pineda. Así que chitón, que diría Bernarda Alba, aquí no se habla de la ruina secular, que no es sólo la corrupción, sino de la sociedad subvencionada, de los parados eternos, de la televisión cateta de un pueblo que un día fue vanguardia, anarquía flamenca como el agua, y hoy se conforma con subrayar el acento como de Cádiz, que es el colmo de maldita la gracia. La Junta se jacta de dar de comer a los pobres cuando debería sentir vergüenza de tener tantos. Se enorgullece de que los jóvenes no traspasen la frontera no vaya a ser que encuentren otro mundo ajeno al de los santos inocentes sólo que con otro patrón. El mejor rincón del mundo que llevo viajado, de El Palmar a Japón, se torea como la vaquilla de Berlanga, a ver quién luego le pone los cuernos de mentira para que crea que embiste cuando está castrada, prisionera del complejo y la demagogia. No lo merece.