“Me llamo Virginia, tengo 20 años. Quiero vender mi virginidad por 25.000 euros”

“Me llamo Virginia, tengo 20 años. Quiero vender mi virginidad por 25.000 euros”

Subastar la primera noche de sexo al mejor postor La mayoría de las jóvenes que se anuncian en internet aseguran hacerlo para pagar sus estudios o brindar una mejor vida a sus familias. LA RAZÓN habla con dos chicas que han dado el paso

La noche en la que Vanesa se postró en la cama de su depredador, miró el reloj cada cinco minutos y clavó la mirada en el techo para no sentir nada. Quería tener la mente en otro lugar, aunque los leves susurros de su acompañante le recordaban una y otra vez lo que estaba haciendo. Vender su virginidad por 7.000 euros no era un trago fácil de superar. Le quemaba la garganta, le ardían las manos. Pero todo ese sufrimiento le valdría la pena si con eso podía sacar a su familia adelante. «A veces, lo pienso y me entran muchas dudas. Entonces, veo a mi madre más desahogada y con esperanzas y entiendo que lo que hice tampoco estaba tan mal», explica esta joven de 23 años. Pocos días antes, había publicado un anuncio en internet que recibió varias solicitudes: algunas de simples curiosos, otras de gente seria; pero todas ellas bajo la sombra del anonimato. «Moralmente, me lo pueden reprochar, pero no hay nada más doloroso en el mundo que ver cómo tu familia se hunde. Cuando llegas a ese punto, haces cualquier cosa».

Demi Moore fue una de las primeras mujeres en hablar de esa contraprestación económica sin tabúes, al menos en la ficción. En «Una proposición indecente», de Adrian Lyne, Robert Redford ofrece un millón de dólares a un joven matrimonio si accede a que la mujer de la pareja pase una noche de placer con él. Una idea que no solo coronó la taquilla con más de 266 millones de dólares recaudados, sino también la mente de todas aquellas chicas que decidieron traspasar la línea y venderse en la red. «Alta, delgada, cabello liso...» o «Morena, con culo impresionante, labios carnosos...» son algunos ejemplos encontrados por este medio. LA RAZÓN se pone en contacto con sus autoras para verificar la veracidad de los mismos. La primera en responder es Vanesa que, de entrada, avisa de haberla vendido ya. «Lo decidí antes del verano. No había encontrado a nadie especial para perder la virginidad, pero necesitaba el dinero», señala, mientras pide en todo momento que conservemos su identidad. «Le he dicho a mi madre que un amigo nos ha hecho un préstamo que no hay prisa en devolver».

El dinero lo necesita para pagar deudas y tener un colchón que les permita salir a flote. Pero, ¿cómo se decantó por un candidato en concreto? «Lo escogí porque era el más sensato. Me hablaba siempre con respeto, preguntándome qué es lo que yo quería», explica sobre el varón de entre 35 y 40 años, español y empresario con el que quedaría un par de semanas después. «Hablamos en bastante ocasiones por Whatsapp, nos conocimos, nos preguntamos, nos enviamos fotos... Luego, hicimos una quedada previa para vernos en persona». Se vieron en un hotel localizado a medio camino de sus ciudades, le pagó en efectivo y, desde entonces, ninguno ha vuelto a saber del otro. «Cada uno tiene sus propios motivos para hacerlo».

Virginia, por ejemplo, tiene unos muy parecidos. «No he encontrado al chico adecuado y necesito pagar una deuda», asegura en un intercambio de mensajes con este periódico. Tiene 20 años e, igual que en el caso anterior, no quiere que nadie de su familia y de su entorno se entere. Nos pregunta cómo hemos encontrado su anuncio y nos advierte de que el precio es negociable. «Por 25.000 euros», reza en su descripción. Entonces, le planteamos nuestras dudas:

–¿Cómo nos puede asegurar que es virgen?

–Yo estaría dispuesta a ir al ginecólogo y demostrarlo.

–¿Y se fía del estado de salud de cualquiera?

–Yo también necesitaría una prueba (médica) del hombre elegido para confirmar que está sano. ¿Cómo alguien puede pretender que venda mi cuerpo si no es de fiar? De la misma forma, me gustaría ver una foto antes.

Ahí está, por ejemplo, el caso de Natalie Dylan, una californiana de 22 años que en 2009 quiso vender su virginidad para pagarse los estudios. Después de que su historia saliera en los medios de comunicación, las apuestas pasaron de 200.000 euros a cerca de tres millones. O el de la rumana Alexandra Khefren que subastó su primera experiencia sexual por 2,3 millones de euros a un empresario de Hong Kong. La joven manifestó que con esas ganancias les daría un futuro mejor a sus padres y se costearía la carrera en Oxford. La historia de estas dos dos mujeres solo son un par de casos de los cientos que existen, como los que recoge el documental «Virgins Wanted» («Se buscan vírgenes»), el que se relata el periplo de un chico y una chica que venden su primera noche de sexo y explican sus motivos y cómo son sus vidas. «No importa lo que haga a partir de ahora», cuenta su protagonista, Catarina. «Siempre seré la mala de la película».

¿Qué falla?

Para la sexóloga Marian Ponte, los sucesos de Vanesa y Virginia son dos claros ejemplos de falta de autoestima, de desorientación, de falta de educación sexual, de sometimiento a presiones grupales... «Muchos jóvenes se acostumbran a jugar a tempranas edades a lo que hace el resto», explica. La desvalorización del cuerpo o la desconexión del mundo emocional son alguna de las principales secuelas que puede dejar este tipo de prácticas a medio y largo plazo. «He tratado muchas situaciones parecidas ya que, cada vez más, los adolescentes tienen relaciones más pronto y sin sentido. Buscan el cariño y la aceptación. Las redes sociales permiten tenerlas a la carta, de forma variada y mucho más seguidas. La mayoría de las veces no pueden asumir lo que están haciendo, pues no hay tiempo para integrar tantas sensaciones juntas».

Es lo que en biología se conoce como «efecto priming»: el cerebro graba a fuego aquellas situaciones vitales que luego condicionarán las futuras respuestas. «Todos recordamos nuestra primera vez en cualquier actividad importante y el sexo es una de ellas», añade Javier Quintero, psiquiatra infantil. «Es muy probable que una primera experiencia sexual cosificada y comercializada marque el devenir de la vida sexual de esa persona». Pero, ¿y la de la persona que paga? «No es una acción nueva. A lo largo de la historia se ha relacionado con acciones de poder. Se trata de buscar estimulaciones diferentes o trasgresoras integradas en una sexualidad poco sana y acomplejada». La clave, por tanto, está en una educación sexual coherente y sin tapujos, aunque al mismo tiempo integrada en el desarrollo personal y afectivo. «Sin complejos, pero no todo vale».

La estafa: redes de prostitución

«Joven de 18 años vende su virginidad por 5.000 euros» es el texto que apareció en las páginas del «Diario de Ibiza» en septiembre de 2009. Entonces, la joven aseguraba que la necesidad y la falta de recursos la empujaron a tomar esta decisión de la que solo estaba informada su madre. Anuncios como este hace tiempo que desaparecieron de la Prensa y pasaron a inundar los más bajos fondos de la red. No es difícil encontrarse con propuestas como estas. Lo peligroso de todo esto es que una gran parte resultan ser mafias ocultas, como la que se desarticuló en marzo de 2017. Fuentes de la Policía Nacional localizaron a una organización criminal que ofrecía sexo de alto standing a través de páginas web en Marbella, entre ellos, la venta de la virginidad de una menor de 16 años por 5.000 euros. La trama contó con la colaboración de operadores telefónicos que se encargaban de gestionar las citas con los clientes, con la de taxistas que trasladaban a las mujeres a hoteles o domicilios y de una empresa especializada en colocar en las primeras posiciones de búsqueda los sites de la red.