Blanquear

A Teresa Rodríguez y sobre todo a «Kichi», consorte y alcalde de Cádiz, resulta obligatorio alabarles la coherencia. Al contrario que sus jefes/rivales de Madrid, esta pareja no blasona de formación politológica ni presume de lecturas cada vez que le dan ocasión, que es el vicio de los genuinos tontos, pero predican con el ejemplo al modo de los cristianos primitivos y nadie, ni siquiera quienes con más virulencia execramos su sectarismo demodé y su izquierdismo hemipléjico, podrá acusarlos de anteponer sus intereses particulares a los generales. O a lo que ellos entienden, quizás errada pero seguro que legítimamente, que son los intereses generales. Ahí quedó su firme postura en defensa, frente al cacareo hiperventilado de los pacifistas a la violeta, del contrato con la armada saudita. La palabra de moda en el universo progre es «blanquear», un verbo usado con la misma ligereza y carga peyorativa que el sustantivo «derecha», empleado ahora para debelar a cuantos consideramos a los votantes de Vox ciudadanos tan dignos como el resto. Sin embargo, la gran Operación Titanlux la perpetró la semana pasada Podemos, cuyos dirigentes nacionales (ellos dicen estatales) empuñaron la brocha gorda para justificar el latrocinio de los ERE. Todo sea por no perder la inminente mamela de una vicepresidencia del Gobierno y varios ministerios adosados. A la tolerancia cero con la corrupción le brotaron algunos decimales justificadores que dejaron perpleja a Teresa Rodríguez, y así lo expresó con su habitual rotundidad para disgusto de Juan Carlos Monedero, quien lo mismo rebaña medio millón de pavos en la olla vacía de los bolivarianos que se erige, émulo del santo de Asís, en cantor de las virtudes de la pobreza. Los comunistas se dividen en convencidos e interesados. Son preferibles los primeros.