Andalucía
Sicilia, cosa nostra
La batalla en el PSOE andaluz no empezará hasta que La Moncloa y Ferraz se aclaren con sus pactos mefistofélicos y sus catalanes levantiscos
Armado con su juventud y con otras características personales que lo hacen atractivo en estos negros tiempos de preeminencia de lo anecdótico sobre lo sustancial, el tertuliano y diputado (por orden de importancia) Felipe Sicilia es uno de los caballeros blancos que Pedro Sánchez ha elegido para terminar de desguazar, en cuanto los tiempos procesales así lo dicten, la baronía hostil de Susana Díaz. En realidad, este jiennense en el friso de la cuarentena era desde hacía tiempo el tapado de una terna que tenía bien a la vista a dos componentes, Juan Espadas y Chusa Montero, pero el alcalde de Sevilla no ve claras las ventajas de dar el salto a la arena regional y la ministra de Hacienda carece de los apoyos orgánicos requeridos para enfrentarse con la gran fontanera que, llegado el momento, venderá carísima su poltrona. Sicilia, al contrario que ambos, sí quiere liderar la reconquista de la Junta de Andalucía, ha heredado el aparataje provincial que con tanto mimo (y dinero mal habido) engrasó en su día Gaspar Zarrías y, lo más importante, rompería la hegemonía del PSOE hispalense, cuna de los cinco presidentes autonómicos socialistas, que tantísimo recelo levanta en las agrupaciones periféricas. En Cádiz, tanto el pobre Fran Fernández, sanchista de primera hora, como los damnificados de la sierra dan palmas con las orejas; y desde Huelva, el preterido Mario «Platero-soy-yo» Jiménez jalea en su exilio moguereño la candidatura con un entusiasmo tan excesivo, que podría incluso perjudicarla. Son sólo salvas de fogueo, en cualquier caso, porque la batalla no empezará hasta que La Moncloa y Ferraz, que ya no son necesariamente la misma cosa desde la ruptura entre los clanes de Carmen Calvo e Iván Redondo, se aclaren con sus pactos mefistofélicos y sus catalanes levantiscos.
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