Andalucía
España no es Venezuela
Desde que Fidel Castro bajó de Sierra Maestra con su rosario colgado al cuello, hasta que el teniente coronel de paracaidistas Hugo Chávez prometió acabar con la corrupción de la democracia venezolana, la historia del asalto a los cielos del capitalismo ha sido constante. Ahora le toca a España. El plan parece infalible. Pacientes, impasibles al desaliento, aunque suficientemente remunerados por los petrodólares venezolanos y la perfecta planificación de aquel Castro promisor; los bolivarianos de aquí han logrado tocar poder. Victoria del firmamento marxista caribeño, de dos líderes después de muertos. Algunos dicen, que España no es Venezuela, que esto es Europa y tal, puede que, si Dios es español pondrá remedio. Aunque es principalmente el pueblo quien tiene que ponerlo. Lo sorprendente es que España, un país que se sostiene sobre el ideario socialdemócrata del Estado de Bienestar, y alcanzado un nivel más que aceptable, sea precisamente este socialismo español de nuevo cuño el que le abra la puerta a los postcomunistas de Podemos y al abanico variopinto del secesionismo norteño. Todos unidos en el Frente Progresista, están dispuestos a darle la vuelta al calcetín español para asombrar al mundo como hicieron aquellos bolcheviques del Palacio de Invierno. Ya se sabe, si le abres la puerta de tu casa al populismo redentor se quedan a vivir para siempre. Meten la mano en el refrigerador y se arropan con tu manta. Donde Cataluña y el País Vasco poseen las más altas prestaciones (más que los Landers alemanes), reclaman ahora más progresismo. El ambiente político marca más un triunfalismo cercano al clamor revolucionario, que a un nuevo gobierno. Unos levantan voces de alarma. Otros aseguran que los mecanismos del Estado serán efectivos para contener el avance hacia el paraíso comunista. En cualquier caso, esta semana se acaba de iniciar una nueva era con un régimen desconocido en la joven democracia española. La muestra se vio en la Cámara Baja: un país escindido. El resultado, un triunfo pírrico de Pedro Sánchez, un líder socialista que parece estar más cerca que lejos de los mismos postulados de su ahora vicepresidente, Pablo Iglesias. Más allá de las coincidencias ideológicas y su plan republicano, se juntaron el hambre de poder de uno con las ganas de comer gobierno del otro. Un sainete muy castizo. Ahora, como dicen los compañeros socialistas andaluces, hay que gobernar. Si gobernar con mayorías parlamentarias absolutas ya es difícil (lo han conseguido PSOE y PP), mucho más lo será con 165 escaños en contra. Hay trámites que requieren mayorías de votos. Mientras la monarquía parlamentaria resista, el proyecto populista encontrará obstáculos. Sus apoyos secesionistas le han advertido que si no le dejan ejercer su autodeterminación, léase independencia, «no habrá legislatura». Lo cual parece que cumplirán, ya que separarse de España es un objetivo irrenunciable para Cataluña. Sin olvidar que los podemitas están alineados con esos separatistas. Sánchez puede haber iniciado el comienzo del fin del PSOE que metió el hombro por la Transición.
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