No la merecen

María José Segarra, mujer y progresista, se acaba de reincorporar a su puesto en la Audiencia de Sevilla después de que un Gobierno que se dice feminista y de izquierdas la desalojase de la Fiscalía General del Estado que ha ocupado durante diecinueve meses haciendo gala de una cualidad más valiosa que las dos antedichas, pero que hoy cotiza a la baja en el zoco sarraceno que es la justicia (con minúscula) española: independencia. Porque Pedro Sánchez y su actual ministro del ramo, ese Juan Carlos Campo recriado en Cádiz y emparejado ahora con el nacionalismo catalán, no necesitan al frente del Ministerio Público a una persona escrupulosa con la norma ni observante de su espíritu sino a un esbirro de la banda garzónida. «No podemos imponer la Constitución a dos millones de catalanes», ha proclamado la ministra consorte que preside el Congreso. «Con la Ley no basta», han coreado al unísono todo Podemos y lo que queda del PSOE… y mandará a partir de ahora a los fiscales Dolores «cuidado-con-la-cartera» Delgado. Lo que va de la cacareada desjudicialización de la política a la totalitaria politización de la Justicia (ahora sí, con mayúscula) porque, según la máxima platónica, quien sale del marco legal está condenado a padecer la arbitrariedad humana. «Con la Ley no basta», dicen, «luego hágase mi voluntad». No pinta nada entre esta fauna Segarra, bajo cuyo mandato se mantuvieron las peticiones de pena por rebelión para los golpistas catalanes, aguadas luego por el fallo del Tribunal Supremo, escrito sea «fallo» en todo el esplendor de su polisemia. Se puede simpatizar con una corriente ideológica sin caer en el sectarismo, y así lo ha hecho esta fiscala que puede presumir del extraño mérito de desagradar por igual a todo el arco parlamentario: he aquí el peaje que han de pagar los juristas sin más compromiso que el ejercicio honrado del Derecho ni más anhelo que la tranquilidad de conciencia. Bienvenida de vuelta a casa.