Periodismo

El Rey David

Este gran escritor de periódicos honró a LA RAZÓN con su quehacer y también residió en Sevilla

El periodista David Gistau
El periodista David Gistaularazon

Manuel Alcántara, a cuya casa peregrinaba un David Gistau con el que lo unían la afición al boxeo y la amistad de José Luis Garci, confesaba experimentar un sentimiento ambivalente cuando se le moría un conocido. «Por un lado, claro, me da pena. Pero también siento un poquito de alegría porque me resuelve la columna del día». Como este gran escritor de periódicos honró a La Razón con su quehacer –en la delegación en Andalucía, se conserva la reproducción tamaño póster de su espléndido artículo de portada tras los atentados del 11-S en Nueva York– y también residió en Sevilla durante un tiempo… hay percha, o sea, para solventar el folio de hoy con unas torpes líneas que no expresarán la inmensa sensación de orfandad que deja su marcha en un lector que lo siguió devotamente y que, sin fortuna, trató de aprehender una brizna de su magisterio. Aquí llegó huyendo de Miami, en pleno viaje de búsqueda, y se encontró con el mejor de los cicerones: un periodista tan sabio, que había espigado el pecado más placentero de la vida bohemia, la persecución de amores clandestinos, descartando otros vicios más nocivos. De su mano llegó hasta la casa de Vicente Tortajada, exquisito poeta con el que tertuliaban y cuya novela «Flor de cananas» le moldeó el estilo como ninguna otra influencia, según confesaría en sus múltiples regresos a la vieja Híspalis, dama que lo sedujo con sus mil encantos excepto con dos: los caracoles que nunca comió y sus dos clubes futbolísticos, que no lograron extirparlo de la secta madridista, repulsivo nido de winners sin alma ni valores, a la que estuvo adscrito toda la vida como para demostrar que nadie es perfecto. Tal vez no sea canónico escribir un obituario sin haber conocido al finado, pero miles de palabras impresas y centenares de intervenciones componen, para quien mire con atención, un retrato bastante fidedigno del personaje. Y proporcionan más familiaridad que dos apresurados apretones de manos.