Literatura

Vitoria

La mamá astronauta de Óscar Aragunde

Vista de la ciudad de Vitoria, capital del País Vasco
Vista de la ciudad de Vitoria, capital del País VascoAdrián Ruiz de HierroEFE

El casco viejo de Vitoria se deja pasear cómodamente a pesar de las pendientes de sus calles y de la estrechez que la clientela de las tabernas deja a los viandantes. El vino y la cerveza –por este orden– se despachan generosamente y los escaparates de las tiendas turísticas se exhiben debidamente auditados por una autocensura líquida; no se muestra ni siquiera un llavero con el toro de Osborne.

Ante el visitante Vitoria se muestra como una ciudad moderna y limpia, sana y amable. Cerca de la calle General Loma, probablemente algún antepasado del jurista Miguel Ángel Loma, la juventud se arremolina junto al monumento a

la Batalla de Vitoria. Todavía quedan librerías pequeñas moteando el comercio y entre carteles con estrellas rojas llamando a muchas huelgas que luego quedan en nada, se asoman libros, cuadernos, bolígrafos y hasta alguna estilográfica. En un mundo en el que todos escriben con los dedos sobre pantallas, aún hay librerías vascas que se atreven a vender estilográficas pero no llaveritos de recuerdos taurinos o flamencos.

Allí compro «Aire fresco en La Habana» y «Cuando cuento ‘cuentos’» atraído por unas coloridas portadas que luego descubro que salieron del pincel de Juanjo Navarro.

El autor, Óscar Aragunde, es un personaje polifacético, seguramente las víctimas de la LOGSE confundirían el adjetivo llamándole poliédrico, polimorfo o políglota. No digo yo que no sea alguno de estos polis, seguro que sí políglota por lo que luego leo, pero desde luego es polifacético.

En una España en la que hay muchos empeñados en usar las lenguas patrias como muros, como signo identitario a modo de salvaconducto para los ciudadanos «puros», Aragunde usa el vascuence para enriquecer sus historias. Diríase tirando a lo fácil que su prosa es «inclusiva» al modo de los que, como Baroja, usan el vasco para compartirlo con sus lectores castellano hablantes en un camino agradable a través de la lectura.

Aragunde cuenta cuentos ambientados en la guerra civil («Costura en diez lecciones») y en gasolineras en cuyos derredores ejercen, ya de noche, prostitutas con hijos a los que alimentar («Mamá astronauta»). Por un guión sobre el primero –y créanme que le cabe toda una película– no le darán nunca un Goya. El autor escribe libre de una visión maniquea del mundo en la que sólo se puede pintar en blanco o en negro, quizá por eso guste de las portadas coloristas de Juanjo Navarro. A la guerra, a sus soldados, a sus gentes y a sus muertos les caben miles de matices y Aragunde captura bien infinidad de ángulos y los vierte certeramente en una prosa amena y bien construida. Sobre los brillos impostados del traje de la prostituta no les doy ninguna pista, pero si el algoritmo del buscador Google funcionase bien, al escribir la palabra ternura o madre, debería devolver una entrada con enlace a «Mamá astronauta».

Óscar Arangude, luego lo he sabido, es asesor de ventas en un concesionario de vehículos de Vitoria de larga tradición, Arregui. Un negocio bien definido que prescinde de la suntuosidad para centrarse en lograr unos precios ajustados y una financiación muy competitiva, incluso trabajando con bancos especializados en microcréditos que habitualmente cargan intereses muy elevados.

En las escuelas de negocio se podría estudiar la forma en la que un gran conocedor de la historia del automóvil utiliza sus conocimientos para trabajar a la par como asesor de ventas y como escritor. Antonio Burgos reconocía hace años que para darse el gusto de poder escribir en verso alejandrino había que llenar el periódico de columnas sobre asuntos prosaicos. Primero hay que llenar el plato de lentejas y luego darse el gusto de pasar la mano por el teclado y corregir galeradas. En su novela «Aire fresco en La Habana», desfilan Cadillacs norteamericanos, Ladas del mundo tras el telón de acero y viejos Chryslers orlando una jugada novelesca audaz como es la de meter al ex presidente Raúl Castro entre los protagonistas corales de la novela.

Casi la mitad de los vehículos sobre cuyas ventas asesora este escritor van del Norte al Sur de España. Para la mayor parte de empresas españolas, los clientes están en el mercado interior. Esto lo ignoran quienes se empeñan en levantar barreras. Cuanto más altas, más difícil hacer negocio, más complejo pagar sueldos, más fácil echar el cierre. Lo del lenguaje inclusivo parece que va por otros derroteros.

Ahora ha estado visitando Andalucía. Se le ha visto tomando notas con una Parker Duofold con la que también firma en el concesionario de vehículos. Probablemente la compró en alguna de esas librerías supervivientes del casco viejo vitoriano aplastada por carteles con estrellas rojas llamando a huelgas vacías.