Coronavirus

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“En 1932, recién proclamada la II República, la única cofradía que se contempló en Sevilla fue la Estrella, desde entonces conocida como ‘la valiente’”

Era cuestión de tiempo. Por más que corran tiempos infaustos de estrechez de mente, cerrazón y aferramiento al terruño, los ineluctables mandamientos de la aldea global dictaban que, más pronto que tarde, el coronavirus COVID-19 («Neumonía de Wuhan» en los carteles) llegaría a Andalucía. El presidente de la Junta en persona confirmó el positivo de su particular paciente cero, un varón en edad de prejubilarse al que no se le conocen viajes recientes a China ni a Italia: arrepentíos, pecadores, nadie está salvo. Naturalmente, la vida en la comunidad autónoma transcurre idéntica a cómo discurría anteayer porque esta cosa sólo hace cambiar el paso a los periodistas empadronados en twitter, a las chachas teleadictas, a los asustadizos patológicos y a los jugadores de ventaja de que intentan sacar provecho del miedo ajeno. Sí, de acuerdo, entre todos forman una congregación numerosa y jaranera, pero tampoco es cuestión de dejarse aplastar. Ayer fue Miércoles de Ceniza en todo el orbe católico, o sea, de modo que ya calientan motores por toda esta tierra de María Santísima las hermandades de cara a la Semana Santa: hablando de evitar aglomeraciones de muchedumbres prestas para el contagio, que se suspendan las procesiones. ¿A que ya no parece tan buena idea obsesionarse con esta gripe vitaminada? Pues vamos a dejarnos de joder con las mascarillas, las cuarentenas, la histeria colectiva y los termómetros en el aeropuerto. En 1932, recién proclamada la II República, la única cofradía que se contempló en Sevilla fue la Estrella, desde entonces conocida como «la valiente». El vicepresidente Iglesias añora y fomenta un nuevo cambio de régimen. Aquél vino acompañado por un estallido de violencia anarco-comunista que no consiguió lo que ahora podría lograr este virus exportado por la China de Xi Jinping, y que cabalga a lomos del arma más potente a la que se ha enfrentado Occidente desde 1945: la estupidez autodestructiva.