Andalucía

Chorizos legales

“La vida en el exilio del único hijo varón del «padre de la patria andaluza» constituye una prédica a través del ejemplo”

El cuadragésimo aniversario de la aprobación en referéndum del Estatuto de Autonomía andaluz, reformado en 2007 al albur de la centrifugación zapatética que aún andamos sufriendo, le depara a este modesto escribidor un gozoso puente en Dublín y otro par de experiencias gratas que se relatan a continuación, vistos los escasos recuerdos que perviven del lejano 28 de febrero de 1980. Apenas aquel spot publicitario con lema minimalista, «Ea», podía llamar la atención de un crío de seis años. La efeméride, sin embargo, propició un doble reencuentro con el admirado colega Francisco Correal, Paquiño, que paseaba por las inmediaciones de la Torre del Oro su peculiar estampa de reportero andariego –gorrilla calada, libreta en ristre y esa bolsa bandolera cuyo contenido es uno de los secretos mejor guardados de la profesión– el mismo día en el que reaparecía en las páginas de su diario, el Diario, para ilustrarnos con una, otra, de sus magistrales crónicas. «Qué alegría da ver a alguien con el periódico en la mano», soltó a guisa de saludo quien jamás desperdicia una palabra. El percance que lo mandó al taller nos dejará todavía algunas semanas hambrientos del pan cotidiano de su artículo, pero ya queda menos… También hubo ocasión, por mandato de la superioridad, de gestionar una brillante colaboración –la leerán en nuestra edición de hoy– del compañero Alejandro Delmás Infante, nieto de ese mismo Blas en el que están pensando, quien refresca la historia olvidada de su tío Luis Blas. La vida en el exilio del único hijo varón del «padre de la patria andaluza» constituye una prédica a través del ejemplo. No se lo pierdan ni, sobre todo, pasen por alto su vaticinio de lo que se avecinaba: «Antes de que se cumpla el sueño del autogobierno, llegarán la política y la burocracia. ¿Qué significa eso? Muchos puestos de trabajo improductivos, eso que yo llamo chorizos legales». Así de bien se olió el percal, por eso se quedó en Holanda.