Coronavirus
Un cabrón y 300 mascarillas
“El traumatólogo del hospital malagueño Virgen de la Victoria cazado tras distraer trescientas mascarillas encarna lo peor de lo que somos”
Los comportamientos suscitados por la llegada a Andalucía del coronavirus servirán pronto para conformar un catálogo variopinto de las formas que puede adoptar la estupidez humana. El presidente de Franklin D. Roosevelt, con los Estados Unidos en plena depresión tras el crack del 29, arengó a sus compatriotas: «A lo único que hay que temer es al miedo mismo». Aquí y ahora reina la jindama. En estos tiempos, no obstante, está de moda desechar el valor y sirve el susto para justificar cualquier tontada o pequeña miseria, como si existiese alguna ley que bendijese cualquier coartada alusiva a la protección de la salud. Hasta ahí, vale. El siguiente paso, que es el que la sociedad en su conjunto está obligada a combatir, se adentra directamente en el delito o, al menos, en la felonía fronteriza con el Código Penal. El traumatólogo del hospital malagueño Virgen de la Victoria cazado tras distraer trescientas mascarillas encarna lo peor de lo que somos. No se trata de un reflejo egoísta ni de un pecadillo venial propio de la picaresca hispánica ni de un arrebato perdonable. Nada de eso: es un médico en ejercicio robando un material cuya falta pone en peligro la vida de enfermos con, por ejemplo, cáncer. Que son los que mayor riesgo corren en caso de contagio. Hasta aquí podíamos llegar. Ese galeno, que se ha cagado en la deontología en general y en Hipócrates en particular, no es un golfo que quería sacarse unos euros en wallapop: es un puro producto de estos tiempos de relativismo en los que cualquier freno moral es sacrificado en el altar del culto al yo. El tipo es un canalla por muy temprano que se levante y es deseable que pague onerosa factura, sin que lo salve el corporativismo que suele reinar en estas ocasiones entre la grey sanitaria, cuya capacidad profesional nunca me cansaré de alabar. Otra cuestión es cómo se las avían para evitar la depuración de responsabilidades cuando meten la pata. A la hoguera con él.
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