Coronavirus

Plato único II

Todos hemos fantaseado con unas calles desiertas sin reglas ni autoridad en las que poder entrar en cualquier concesionario y robar un coche

MEDIDAS CONTRA CORONAVIRUS EN MURCIA
Un empleado de una farmacia con mascarilla para protegerse del coronavirus, junto a un cartel que avisa a los clientes de que la utilizaban como medida de contención, en MurciaMarcial GuillénAgencia EFE

En el breve cuento de Edgar Allan Poe, «La máscara de la muerte roja», un grupo de nobles encabezado por el príncipe Próspero decide encerrarse en una abadía fortificada para evitar contagiarse de una plaga que asola el país y a la que llaman «la muerte roja». El nombre no puede ser más apropiado ya que la espantosa enfermedad consiste en desangrarse hasta la muerte acompañada en este proceso de la disolución de los tejidos. Pasados unos meses de discutible hastío, pues los nobles se atrincheran con todo tipo de lujos, organizan para entretenerse en su aislamiento un baile de disfraces. Y la cosa, como su título anticipa y los conocedores de Poe también pueden adivinar, no acaba muy bien. Cambiando pequeños detalles historias muy similares son comunes en casi todo el mundo y sin duda en el occidente cristiano. El fin de los tiempos excita nuestra imaginación. En la novela «La carretera», de Cormac McCarthy, un padre y su hijo se ven obligados a subsistir en un mundo arrasado por un cataclismo desconocido. Ha dejado una Tierra cubierta de cenizas y sin vida a excepción de grupos de humanos hambrientos que actúan como rehalas. El canibalismo a través del cual sobreviven debido a la falta de alimentos es precisamente de lo que huyen los dos protagonistas. Ellos comen lo poco que van encontrando por el camino. Si el cuento de Poe transmite un terror gótico desconocido, en la novela la sensación es de instinto animal por la supervivencia. No podemos evitarlo. Todos hemos fantaseado con unas calles desiertas sin reglas ni autoridad que las haga cumplir en las que poder entrar en cualquier concesionario y robar cada día un coche diferente como Charlton Heston en «El último hombre vivo». Y la epidemia de coronavirus nos ha permitido dar rienda medio suelta a estos oscuros deseos. Y así hemos podido ir por fin al súper a hacer una compra apocalíptica, nos hemos enviado luego las fotos de estantes vacíos y hemos avisado a tal o cual para que salga de Madrid antes de que lo cierren como hasta hace poco parecía que sólo pasaba en las películas. Supongo que guarda relación con la influencia que el Apocalipsis de San Juan tiene en nuestra cultura. Es un proceso muy concreto a pesar de su rica y abierta simbología. Hay avisos, pasos que dar y personajes concretos con cometidos concretos. La enfermedad tiene su papel y su montura. La crisis es grave pero controlable. Y hay que actuar en consecuencia y hacer caso de los avisos y los protocolos oficiales. Y suavizar los avisos por el teléfono, el bombardeo es masivo. En el pánico sin duda influye aquello enunciado por Zygmunt Bauman y algunos más de que el exceso de información acaba resultando más pernicioso que la escasez. Aunque cada día la actualidad dé motivos de sobra para merecernos la extinción no es todavía el día del juicio final. Así que sintiéndolo mucho para aquellos que esperaban la invitación de Próspero y para esos americanos que salen en la tele porque han construido un refugio anti nuclear en su jardín, a dirigir la imaginación hacia otro lado.