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Coronavirus

Cuarentena a los ochenta

Ancianos y sus cuidadores cuentan cómo el coronavirus ha trastocado sus vidas en casa y en las residencias

La UME desinfecta residencia de La Zubia, foco del coronarivus en Granada
Efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) durante los trabajos realizados en una residencia de ancianos en GranadaMiguel Ángel MolinaEFE

Las personas mayores han estado desde el principio en el punto de mira de la pandemia porque la realidad es que el coronavirus les está afectando con mayor virulencia. Son una población de riesgo y sus circunstancias son muy variadas.

María (nombre ficticio) tiene 88 años. Vive en Sevilla y su rutina hasta la semana pasada consistía en salir a la compra y acercarse hasta la residencia donde viven sus dos hermanas, también octogenarias. El miércoles fue el último día que las visitó. El jueves, dos días antes de que se decretara el estado de alarma, ya les prohibieron acceder. El teléfono es desde entonces su aliado. “Hablo con ellas todos los días dos veces. Por lo menos echamos ese ratito. A las nueve quedamos para llamarnos. Cenan a las 20:15 y luego se van al dormitorio, a las diez o antes ya se aburren y se acuestan”. Tienen mucho que contarse pero poco que hacer. “Están aburridísimas”, insiste. María habla tranquila, ella está estos días acompañada por su hijo y confiesa que “no me importa estar en casa”. Sí echa de menos poder ver a sus hermanas. El martes tuvo que salir al médico porque toma Sintrom. Quienes estaban enfermos antes de la irrupción del coronavirus deben seguir con sus controles rutinarios. “Tengo que hacerme un análisis en el dedo y no se puede hacer por teléfono ni a distancia. Estaba citada desde hace cinco semanas y el centro de salud estaba completamente vacío y todo limpísimo”, reconoce. Sobre la excepcional situación que está viviendo el país, ella piensa que “no va a durar dos semanas ni mucho menos, va a durar mucho más”. Aún así, le resta drama. “Quitando la pena de que no pueda ir a ver a mis hermanas, estamos bien. ¿Ellas qué van van a hacer?, ¿rebelarse? -se pregunta-. Están como estamos todos, haciendo lo que nos dicen, lavándonos las manos constantemente... Tienen televisión, leen, hacen gimnasia...”.

Las residencias de ancianos son una “zona cero” en esta pandemia. El miedo se extiende a los trabajadores porque saben que si se produce un contagio las consecuencias pueden ser muy duras. La consigna es evitar que los residentes tengan que ser atendidos en el hospital y por ello les conminan a extremar las precauciones. En contra, tienen la falta de personal que acucia a muchas de ellas: la ratio establecida fija, por ejemplo, un médico por cada setenta residentes o un auxiliar por cada veinte personas. “Es un disparate”, asegura Montse Galán, trabajadora social y ex directora de una residencia de mayores en Huelva. “Doy gracias de no ser hoy responsable de una de ellas”, confiesa. En su opinión, el principal problema ante un posible contagio es cómo están concebidos estos centros. “Lo normal es que las habitaciones sean dobles y para personas en situación de enfermedad grave se reserva un 5%. En una epidemia de estas características, ¿cómo aíslas a los abuelos? Es imposible que no se contagien todos. Si entra el virus en una residencia y no hay espacio en los hospitales para aislarlos, no hay solución”, mantiene. “Las personas mayores no son una prioridad, ni ahora ni en verano cuando hay menos personal en la sanidad. Si el médico de familia ve a una persona de más de ochenta años, no suele ingresarla porque no hay camas para ellas en los hospitales”. Y en las residencias, “el problema es que no hay personal suficiente ni los profesionales tienen la formación adecuada muchas veces, porque no están especializados en geriatría”.

Otros muchos mayores siguen viviendo en sus casas y muchos solos. El aislamiento decretado por el Gobierno ha provocado la soledad a muchos de ellos, que ni siquiera disponen de asistencia a domicilio que venían recibiendo porque se ha suspendido el servicio. Eu tiene a sus padres dependientes en Sevilla y desde el lunes nadie acude a cuidarlos. Ella y sus hermanas se van turnando para asistir a su padre, de 83 años y postrado en una cama con alzheimer, y a su madre, de 79, que tampoco puede valerse por sí misma “pero su cabeza funciona bien”. “Está muy deprimida, entre que no puede salir y que papá está cada vez peor, con la cabeza ida -lamenta-. Eso no se lleva bien nunca”. Su familia, dice, es privilegiada “porque somos seis hermanas y podemos ocuparnos, pero poniendo en peligro la salud de ellos, la nuestra y la de nuestros hijos. Necesitan una persona continuamente”. Viven en Sevilla y el estado de alarma ha trastocado sus vidas, no solo por la supresión de la ayuda a la dependencia. Dos de sus hermanas han tenido que cerrar sus tiendas de ropa; otra es sanitaria y está más expuesta al contagio; otra está enferma y ella es la que tiene una situación a priori “más favorable al ser empleada de una empresa pública”. Están preocupadas porque hasta que se canceló la asistencia “había medidas de seguridad cero. La chica venía de otras casas y no las controla nadie para que se pongan guantes o mascarilla”.

La cuarentena ha provocado además que se haya paralizado el expediente de su padre, pendiente de la valoración para asignarle ayuda. Las incertidumbres se multiplican. “Acumulamos las horas de asistencia para tener un poco de respiro los fines de semana. El resto del tiempo nos vamos ocupando o hemos contratado a gente, pero la situación económica ahora tampoco sabemos cómo será”, explica Eu, que pese a todo sigue pensando que su situación no es tan mala. “Tiene que haber gente mayor sola seguro...”.