Coronavirus
Aplausos y homenajes
"Homenajear a alguien ahora resulta delicado, aunque se lo merezca. Incluso el acto de aplaudir está intoxicado"
Lunes. Pareja de guiris por Sevilla. Rosada, resuelta y rubenesca ella; él flaco, vestido para la piscina municipal de Chesterfordshire y con una expresión de cansancio ayudada por este calor. Sevilla huele a sal y humedad en otoño, a castañas en invierno, a azahar en primavera y al fuego que cae del cielo en verano. No llevan mascarillas, supongo que prefieren enfermar que asfixiarse al mirar hacia la Giralda. Me intriga qué lugares van a visitar, si han venido para la reapertura del Alcázar, si se ofenderán al conocer que los escasos restos de Colón descansan en la Catedral. Si en vez de interesarse por la historia de la Torre del Oro, buscan el mejor ángulo desde el puente para hacerse una foto al atardecer y subirla a internet y luego pasear por el río mirando en el móvil las reacciones a su foto y se pierden la paleta multicolor de la calle Betis. Qué maravilloso desperdicio. Todo el mundo enfadado y resulta que somos libres hasta para ser ignorantes.
Martes. Grabar a unos desconocidos instalarse en tu casa impunemente tiene que molestar pero si encima resulta que saben que les ves y siguen con ello es humillante. Lo más simpático de esta historia que le ha ocurrido a una mujer de Espartinas es escuchar a los ocupas decir que hasta que no les den una solución –otra vivienda gratis– no salen. Como si por no tener recursos tuvieran más derechos que la dueña que ha trabajado duramente para pagar esa casa. O no tan duramente, el caso es que la ha pagado. El asombro aumenta cuando llega la Guardia Civil y lo que hace es pedir a estos tipos que se metan en la casa que han ocupado y no molesten. Puestos a seguir con el absurdo se me ocurre que es la perfecta excusa para un ladrón. Si le pillan in fraganti en un allanamiento siempre puede decir que en realidad es un ocupa y la policía tendrá que abortar la detención entre disculpas. Claro que se comprende mejor cuando en el Gobierno hay algunos que les defienden.
Miércoles. Aplauso en mármol, la estatua homenaje de la Junta a los sanitarios. ¿Se harán fotos con ella los guiris del futuro? Homenajear a alguien ahora resulta delicado, aunque se lo merezca. Incluso el acto de aplaudir está intoxicado. Los aplausos del Congreso, por ejemplo, sólo para colegas, más sonoros cuanto más agresivas las declaraciones. Los hay también para los que no los merecen y una incomprensible compasión con los incompetentes, como el doctor Simón, que suena a que, pasado lo peor, la memoria pide descanso. Cuando todo esto se reescriba y se sucedan homenajes discutidos, estos bloques blancos servirán para recordarnos que una vez aplaudimos todos a la misma hora. También para ser pintados y pedir su retirada porque ofenden a alguien, claro.
Jueves. Guardiola ha pedido perdón en nombre de la raza blanca por las atrocidades cometidas. Ya podemos convivir tranquilos. Supongo que no incluye a los catalanes independentistas, una raza aparte, pacífica e inmaculada, que no tiene nada por lo que pedir perdón. Y escuchando a esta mente privilegiada, para el fútbol entiéndase, pienso que hay un tufillo anti católico y anti hispano en las protestas raciales que sacuden buena parte del mundo. Es la herencia anglosajona, porque los negros de EE UU –me han convencido para no usar afroamericano por su nula relación actual con África, los blancos no son euroamericanos– también han sido educados en la Leyenda Negra. Quitan una estatua de Isabel la Católica que fue la que se empeñó en considerar súbditos a los habitantes del Nuevo Mundo, con todos los derechos que eso suponía. Habrá que hacer un hashtag para pedir a los ingleses que se vayan de Gibraltar y se disculpen ante los habitantes de San Roque.
Viernes. L. iba en mi misma ruta del colegio. Yo tenía ocho o nueve años. Los mayores tendrían 15 y les gustaba hacer la puñeta a todos. L. en torno a los doce. En el autobús venía también Miriam, una chica mayor pero que padecía una discapacidad psíquica. Tenía un pánico terrible a los pinchos, aunque fueran imaginarios. Los mayores lo aprovechaban para reírse de ella cruelmente, la pobre gritaba incluso al mencionar esa palabra. Las risas eran generalizadas, nadie se atrevía a enfrentarse a los mayores. Excepto L. Un día, cansado de estas burlas, decidió sentarse al lado de Miriam para acabar con ellas y dejó en silencio el autobús. Nunca más molestaron a Miriam. En estos momentos complicados para encontrar referentes válidos siempre pienso en L., tan pequeño y ya tan bondadoso. Ha seguido mejorando y como este domingo es su cumple aprovecho para contar esta historia y dedicarle mi homenaje particular. Muchas felicidades y muchas gracias.
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