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Leyendas de un Carrete Velado vol.1

“La cámara del teléfono móvil destrozó el negocio, ya muy pocas exclusivas y portadas se pagan como antes”

Paparazza (femenino singular de paparazzi) a través de una ventana.
Una "paparazza" (femenino singular de paparazzi) a través de una ventanachpierardCreative Commons

«Si no hay foto, no existe», esta es la frase que más escuché de paparazzis a los que me pegué como una lapa durante unos cuantos años de mi vida, los mismos que aprendí latín colaborando con el gran jefe Luis del Olmo en la sección de «Los Desayunos», dedicada a la farándula y otras hierbas, donde había un talismán por méritos propios en la figura de Hilario López Millán, al que admiro por su sabiduría latente sobre copla y música popular española, pero sobre todo por ser una excelentísima persona, del que jamás olvidaré su frase: «Valgo más por lo que callo que por lo que digo».

La mayoría de informaciones que manejaban los fotógrafos del corazón te llegaban sin filtro si estabas con ellos; siempre y cuando te ganases su confianza ayudando en todo lo que se terciaba o haciendo las veces de plumilla o escribiente de lo que se retratase; pero mucho ojito con irte de «la mui» con la competencia, peligro, peligro, pues ahí se hablaba de dinero, a veces mucha pasta, por esta o aquella foto exclusiva. Nadie conoce a nadie, no hay padre, ni madre que lo parió, que he visto peleas serias, muy serias por estos asuntos y con estos miuras.

Con el tiempo terminé inventándome «Leyendas de un Carrete Velado», una sección para un especial de verano en Onda Cero sobre las vivencias, anécdotas y singularmente los reportajes fallidos.

Tremenda bofetada «flashback» que recibí el otro día, al toparme con las entrevistas grabadas a toda esta cuadrilla de genuinos mercenarios del teleobjetivo, entre los que se han producido algunas bajas por «causa mayor», jubilación o un «que os aguante vuestra puñetera madre». La cámara del teléfono móvil destrozó el negocio, ya muy pocas exclusivas y portadas se pagan como antes. Todo es a lo bruto y sin el más mínimo código profesional, aunque no esté escrito. Cualquiera puede jugar a ser «paparazzi», el nombre surgido de «La Dolce Vita» según llamaba Mastroianni a su fotógrafo, una especie de moscardón molestón con las nuevas divas del Cinecittà de la época.

Historias con la Streisand, que salió por patas del Hotel Puente Romano. Algún que otro desparrame de Elizabeth Taylor, Lola Flores que los toreaba a todos. Las pilladas a la Preysler. Michael Jackson y sus dobles. Julio José y Enrique Iglesias gamberreando. El príncipe Harry de niñato, pidiendo a gritos una buena dosis de «hostiopatía» y por supuesto su madre, con el archiconocido «topless» de Lady Di… Prometo contar todo lo que esas cintas me recuerden, no sin antes incidir en una frase que mi buen amigo Jorge Ogalla, paparazzi de los buenos, me repite desde hace tiempo: el paparazzi bueno es el que te hace la foto y solo te enteras cuando ves tu careto publicado en los papeles y el internet.