Europa

Europa

El fondo de Europa

“Leer el discurso fúnebre que Pericles ofreció a sus conciudadanos atenienses en el año 431 a. C. hace que a uno se le contagie la épica de su tono y el ardor por la democracia”

La viñeta de T.C.
La viñeta de T.C.La RazónLa Razón

«Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia. Respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social. Y tampoco al que es pobre su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo».

Leer el discurso fúnebre que Pericles ofreció a sus conciudadanos atenienses en el año 431 a. C. hace que a uno se le contagie la épica de su tono y el ardor por la democracia. Es una emoción extraña en estos tiempos crispados la de recuperar la ilusión en nuestro sistema político. Hay algunos que la han recuperado esta semana y es de agradecer que se haya atenuado un poco la tendencia desencantada de despreciarlo. Las palabras del primer ciudadano de Atenas dejan clara una cosa: la democracia es un estado mental antes que una forma de gobierno. Los griegos siempre con su profundidad. Por eso la patria de la que habla hace tiempo que superó las fronteras de la Hélade al replicarse el gobierno del pueblo con más o menos autenticidad y estabilidad en todo el mundo. A falta de espartanos o persas a los que combatir, la democracia mental -más allá del voto- se ejerce al pagar los impuestos que tocan, al cumplir en el trabajo ya sea asalariado o empresario, al educar a un hijo para que identifique y deseche actitudes y pensamientos que no caben dentro de ella. No hay mucha épica en lo cotidiano pero ese es el fondo de Europa donde sigue estando el amigo Pericles. Y entre nuestros propios mitos tenemos epopeyas como la Transición, ese proceso lleno de héroes que ha servido de modelo para muchos vecinos y que ahora hay quien quiere hacer pasar como la caja de la que salieron todos los males de hoy. Decía también Pericles de sus conciudadanos atenienses que eran los únicos que tenían más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad. Y que en la libertad de la democracia se halla su valentía. La Anábasis de Casado hacia el centro es un valiente ejercicio de liberación aunque la avalancha de halagos recibidos desde gente tan poco centrada como Sánchez e Iglesias hace sospechar. El problema de esos aduladores, que volverán a insultarle más pronto que tarde, es que son y firman cartas junto a los Daríos o Jerjes del presente que quieren acabar con nuestro estado político y también con el mental. Tras el de Casado, ahora toca que el PS pronuncie el panegírico de Podemos y de toda la ralea nacionalista antes de que sus tropas crucen el mar Egeo de la Constitución y arrasen nuestra acrópolis. Eso, más que épico, sería legendario.