"Menú del día"
La casa y la roca
“Qué alegres fueron los noventa sin tener que militar en un bando de la guerra civil, con chistes de gangosos y bares abiertos hasta las mil”
Se ha quebrado el cuello de Atlas, las tetas de la loba se han secado. Ya no somos martillo, los tiempos de la espada han pasado, ni luz de Roma ni nada. Es la vuelta de un gran non al plus ultra. Con Orwell en la boca nos hemos mudado a la Granja Solariega que ya no es la Granja Animal sino un spa rural con cursos de mindfulness, cocina vegana y cultura de género. Ni hace falta matarnos a trabajar en el molino. Nuestro papel es hacer fotos de nuestras recetas, presumir de vacaciones, lanzar furibundas proclamas. Y actualizar y actualizar y actualizar sin asimilar. Y ampliar la linde del spa. Mientras algunos pioneros abren las insondables puertas del cosmos dispuestos a llevar a la Humanidad hasta más allá del cinturón de Orión, aquí en la Tierra otros queman naves y vidas si a una mujer se le ve el pelo. Y también los aceptamos en la cada vez más apretada granja. Al fin y al cabo les necesitamos, nadie quiere trabajar en la fresa. La democracia es muy cómoda y la vida es muy corta para hacer sacrificios y Curro Cañete dice que somos muy especiales. Hemos confundido nuestros derechos con nuestras pasiones y nuestras obligaciones con nuestros placeres. ¡Tengo derecho a estar muy enfadado y a abolir lo que me enfada! Podría pedir factura pero, bah, lo hace todo el mundo. Eso sí, mi sanidad con habitación individual y médicos con librea. Como en política que nos da igual todo lo malo que haga «nuestro partido» porque el resto ya han hecho cosas peores antes. Así expandimos como un incendio la mediocridad y la malicia agarrados a las brasas. Nadie se acuerda del mundo de ayer. Ahora es momento de manchar el pasado desde nuestras atalayas líquidas para reescribir el presente y pintar un futuro imposible. No hay referentes delante, tan sólo errores detrás. Hasta hablar español es un defecto, la concordia también. Si hubiéramos construido la casa en la roca, como nos contaron. Pero llega la riada y se la lleva. Y no analizamos los cimientos sino que debatimos sobre las motivaciones del río. Desconfiamos del que predica amar al prójimo pero alabamos la sumisión. Todavía sabemos absolver a Willy, lo nuestro nos ha costado. Pero lo hacemos también con los que jalean a los guillotinadores. Existió una Europa de hombres libres y esforzados que habían visto los horrores propios y ajenos demasiado cerca. Hubo un tiempo de optimismo, Olimpiadas y pelotazos. Era igual que este, creo, pero más real y duradero. Los corruptos caían bien, salían en la tele. Luego la justicia caía sobre ellos y salían de un furgón camino de la cárcel. Los terroristas eran terroristas todos los días y así se les recordaba. Entonces la prueba más clara era que mataban, ahora (también antes) es que no condenan. El esqueleto de Europa, que son sus derechos y libertades, blanquea en la orilla a la espera de ser engullido como el reino de Atlante. Terrible destino convertirse en leyenda. Y qué alegres fueron los noventa sin tener que militar en un bando de la guerra civil, con chistes de gangosos y bares abiertos hasta las mil. Aunque, como decía Cuartango en su columna, igual todo es una trampa de la memoria y aquello nunca existió.
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