"Negro sobre blanco"
Afortunados azares
El periodista gerundense Albert Soler desnuda y expone implacablemente las miserias del «procés»
Por estas cosas del azar los aficionados a la zarzuela en Sevilla han podido disfrutar, en apenas unos días, de dos títulos bien diferentes. El pasado fin de semana la Compañía Sevillana de Zarzuela presentó en el Teatro Lope de Vega su último montaje, «La patria chica», con libreto de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero y música del maestro Ruperto Chapí. Esta tarde es la segunda función en el Teatro de la Maestranza de «El barberillo de Lavapiés», una producción del Teatro de la Zarzuela escrita por Luis Mariano de Larra y con la partitura de Francisco Asenjo Barbieri. Frente a esta segunda opción, más costeada gracias al respaldo de una entidad pública, como es el Instituto Nacional de las Artes Escénicas, «La patria chica» es un buen ejemplo del resultado que puede ofrecer la suma de iniciativa privada con el apoyo de la administración, en este caso el Ayuntamiento de Sevilla, en su apuesta por la zarzuela. Además de la diferencia presupuestaria entre ambos montajes (más de 60 personas llegó a haber sobre el escenario del Maestranza) existe un diferente enfoque escenográfico, clásico en la compañía sevillana y más conceptual en la propuesta del Teatro de la Zarzuela. En lo que sí coincidieron ambas fue en satisfacer sobradamente al público, que es lo importante.
Esta feliz coincidencia de dos obras para los amantes de este género viene acompañada de otras, de cariz diferente, en el ámbito editorial. De África proceden «Agua pasada», de la sudafricana Kopano Matlwa y «Cuaderno de memorias coloniales», de la portuguesa nacida en Mozambique, Isabela Figueiredo. Llegan, pues, de países vecinos, pero sus planteamientos no pueden ser más diferentes pese a ciertas coincidencias temáticas. En «Agua pasada» se retrata la Sudáfrica posterior al «apartheid» con el preciso estilo de su autora, la joven y talentosa escritora Matlwa, mientras que en el libro de Isabela Figueiredo se exponen, de un modo descarnado, los abusos de la minoría blanca en la antigua colonia portuguesa, tal como lo recuerda su autora, que vivió sus doce primeros años en la capital, Lourenço Marques, hoy Maputo. En este apasionante libro, completado con algunas fotografías, ajusta con su pasado y especialmente con su padre, prototipo de colono racista, sin renunciar a exorcizar algunos de los fantasmas de su infancia.
Mucho más cerca en el binomio espacio-tiempo nos quedan dos interesantísimas propuestas acerca del eterno «procés». David Jiménez Torres sostiene en «2017», con irrefutables argumentos, que los efectos provocados por los acontecimientos de aquel año continúan hoy; además, como indica en la introducción, entre los objetivos del libro figura que un lector independentista alcance a comprender qué pensaron de aquellos hechos tanto quienes estaban al otro lado del Ebro como al otro lado de la calle. Entre éstos se encuentra el periodista gerundense Albert Soler, quien desnuda y expone implacablemente las miserias del «procés» en «Barretinas y estrellas», con tal ironía y sarcasmo que no sale indemne ninguno de los próceres como el ínclito Lluis Llach.
Por último, la publicación de «Vidas arrebatadas», de Pepa Bueno, ha coincidido con el eterno debate sobre el final de ETA, el traslado de presos y el desamparo de las víctimas. En cualquier caso, no se trata de una historia más sobre éstas, sino el relato desgarrador de la pesadilla vivida por dos hermanos que quedaron huérfanos en plena infancia tras un salvaje atentado; a este horror se sumó después una serie de experiencias traumáticas que la autora ha sabido plasmar, no por azar, con notable acierto.
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