Análisis

Los 40 meses de estabilidad del «Gobierno del cambio»

“Una bajada de la presión fiscal, simbolizada en la bonificación del 100% del Impuesto de Sucesiones, abrió el camino para una senda reformista”

El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno
El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma MorenoEduardo BrionesEuropa Press

Rápido llegaron las etiquetas cuando Juan Moreno hizo las cuentas y le salió que con Ciudadanos de escudero en el Gobierno y con Vox apoyándolo en el Parlamento podía acabar con casi cuarenta años de socialismo en Andalucía. Aquello suena casi a la Prehistoria después de la pandemia del Covid, hasta el punto de que muy pocos se acuerdan ya de Susana Díaz, la última presidenta que tuvo el PSOE en el palacio de San Telmo. Aquella etiqueta, el mantra que no cesó de entonarse, fue «el gobierno del cambio». Un slogan similar al «España va bien» de la época dorada del aznarismo, con la diferencia de que ahora había casi nueve millones de andaluces con los ojos puestos para ver si era cierto eso de que con el PP no iba a llegar el Apocalipsis. Pese a la dura etapa de la corrupción de los casos ERE, el PSOE fue la fuerza más votada en las elecciones de diciembre del año 2018 y había que demostrar que era posible realizar lo que durante mucho tiempo se había exigido desde la bancada de la oposición.

No era fácil convencer a una opinión pública que al principio puso en cuarentena que Moreno y Juan Marín pudieran darle la vuelta a la gestión de la Junta de Andalucía, pero así sucedió y en las últimas encuestas los populares prácticamente duplican los 26 escaños conseguido en los últimos comicios. La fórmula ha sido bien sencilla, dedicarse a legislar y entender que no era posible desmontar una Administración que en líneas generales funciona correctamente, a pesar de las constantes críticas de Vox por «mantener» los chiringuitos.

Una bajada de la presión fiscal, simbolizada en la bonificación del 100% del Impuesto de Sucesiones, abrió el camino para una senda reformista en la que se incluyó la reordenación de las empresas públicas o la reducción de los trámites administrativos para reactivar la inversión y la creación de riqueza. En la cabeza de todos los miembros del Gobierno de PP y Ciudadanos estaba conseguir revertir esa imagen de Andalucía como un lugar donde se vivía del subsidio. Mucha culpa de ello la tuvo el consejero de Hacienda, Juan Bravo, que en esta legislatura consiguió sacar adelante hasta cuatro presupuestos pese a las dificultades parlamentarias. Todos menos el último, que al final ha sido la clave para llamar a las urnas.

Puede decirse que en los 40 meses la estabilidad ha sobrevolado la gestión: sin dimisiones, sin ceses en primera línea, sin casos de corrupción. Únicamente la reciente muerte de Javier Imbroda introdujo una nueva cara en un Consejo de Gobierno donde Elías Bendodo se convirtió en el hombre fuerte del último tramo de la legislatura en detrimento de Marín, que pese a ser vicepresidente, vio como su figura perdía brillo por el propio empuje de los populares y por las crisis sufridas en su partido. Ni el adiós de Albert Rivera ni la falta de control de Inés Arrimadas de los naranjas logró esquivar el sanluqueño, y en las próximas elecciones se espera que logren entre uno y dos diputados, cuando hace cuatro alcanzaron los 21.

Pese a todo, el gran protagonista ha sido la pandemia. Una legislatura que ha estado marcada por el virus de la Covid-19, que abrió en canal los grandes proyectos y que obligó a centrar todos los esfuerzos en luchar por un lado contra la enfermedad y por otro, en tratar de mantener como fuera posible el tejido productivo andaluz, que históricamente se ha visto lastrado por una elevada tasa de desempleo.

Los pactos con los sindicatos y la patronal revivieron imágenes de la famosa «paz social» de Manuel Chaves, aunque en Andalucía hay todavía más de 800.000 desempleados. Lo consiguieron a medias, pues las famosas «Mareas blancas» se manifestaron por el despido de más de 8.000 sanitarios contratados durante los peores meses de muerte y enfermedad. Es en ese flanco donde el Gobierno andaluz se encontró con su peor enemigo porque, aunque los datos de incidencia no fueron de los más altos de España, la sexta ola sí que colmató la atención primaria y provocó importantes protestas, aunque recientemente se estabilizó la situación de más de 72.000 trabajadores del Servicio Andaluz de Salud (SAS).

Las próximas elecciones que se celebrarán en junio colocan a Juanma Moreno en una situación casi soñada por varias razones. Entre ellas, la sintonía que disfruta con el nuevo líder de los populares, Alberto Núñez Feijóo, una vez superadas las tensiones con Pablo Casado y Teodoro García Egea. Hasta el punto de que los todavía consejeros Bendodo y Bravo forman parte de la Ejecutiva nacional del PP.

Pero también porque Juan Espadas, que hasta hace nada sólo era el alcalde de Sevilla para la mayoría de los andaluces, no ha sabido encontrarse cómodo en el papel de líder del principal partido de la oposición y es prácticamente un desconocido para la mayoría de los votantes. A lo que hay que sumar una izquierda atomizada que no permitiría dar un giro de timón.

El único escollo pasa por el papel que podría jugar Vox en el próximo Gobierno, puesto que el PP, al que todas las encuestas dan como la formación vencedora de los comicios, tendrá que elegir si cuenta con los de Santiago Abascal y los sienta en el Ejecutivo regional, o si Ciudadanos resiste lo suficiente para repetir el modelo que ahora se extingue y gobernar gracias a pactos puntuales.