Opinión | Méritos e infamias

Adiós a la Feria

"Nadie quiere cortarle las alas a la gallina de los huevos de oro, mientras las dos celebraciones son devoradas por el sarcoma del turismo desbocado"

SEVILLA, 19/04/2024.- Varias personas disfrutan este sábado del último día la Feria de Abril de Sevilla. EFE/ David Arjona
Feria de Abril en SevillaDavid ArjonaAgencia EFE

Desde la alta azotea se presiente ya el tiempo del verano, que lo trae una mano cálida esta noche en la que el viento sopla tibio, rozando las mejillas, despertando la tenue piel sobre los brazos, desabrochando las largos minutos de luz clara que mueren lánguidamente sobre un tapiz de rosas, ocres y azules. Al fondo, el cielo clarea insólito, donde siempre campea la oscuridad profunda a esas horas se diluye la fiesta. Iluminando el firmamento, como un espejo de la Vía Láctea, acurrucada en su laberinto de casetas y albero; barrunta la muerte la feria, desangrándose lenta y sin pausa tras el brío de los primeros días. Ya poco queda en esta vejez del brioso estreno, tan sólo ya el recuerdo seco, como el vino, de los cantes, del reencuentro fugaz con la alegría, de saltarse la existencia cotidiana al fin y al cabo. El cielo recibió ansioso el fulgor de los petardos al dar las doce, celebrando no sólo el fin, sino la confirmación de haber superado el rito de la primavera. Semana Santa y Feria, las dos caras de un mismo fresco que en la distancia permanece impoluto, puro, bello, idealizado; pero carcomido por túneles donde fluyen la avaricia, el oportunismo y la codicia si uno los roza. Nadie quiere ponerle coto ni cortarle las alas a la gallina de los huevos de oro, mientras las dos celebraciones son devoradas por el sarcoma del turismo desbocado, maleducado y gamberro, que mata a la ciudad. Me consuela que la Sevilla contenida que amo, la que aún conserva la solitaria belleza de lo sencillo y lo popular, queda cobijada, para unos pocos, en un arcón secreto, nutrido por sus poetas con tesoros livianos, sobrios pero luminosos; donde arroparse en plena tormenta para saborear sus versos en soledad frente a la trascendencia, el vacío y la belleza. Remata su soneto Lutgardo García: «La noche, las estrellas, la sonrisa./El viento en el que bailan los rosales/y Dios dentro del verso de la brisa». Así sea.