
Labor social
La realidad en Guinea-Bissau: «Las mujeres se ponen de parto y mueren en el trayecto a la capital»
Una veintena de profesionales de la salud andaluza se han trasladado en sus vacaciones a un centro sanitario de Canchungo para atender a la población

Más de dos mil pacientes atendidos, cientos de ecografías, asistencias y hasta un centenar de intervenciones quirúrgicas. Son algunas de las cifras de la última misión humanitaria de la Fundación Sara Allut Plata, que ha trasladado a una veintena de profesionales de la salud andaluza a un centro sanitario de la localidad de Canchungo, en Guinea-Bissau, para atender las necesidades sanitarias de la población e «iniciar circuitos médicos que no existían». El jefe del Servicio de Neurología del Hospital Universitario Torrecárdenas de Almería, Antonio Huete, orgulloso de que «el nombre de mi madre, que tanto ha peleado por la igualdad, haga cosas tan maravillosas en un lugar donde las mujeres tienen tan difíciles sus condiciones de vida», volvió a liderar una expedición que lleva quince años recorriendo lugares recónditos donde «las personas están totalmente abandonadas», tratándolos «con toda la dignidad posible que merecen», intentando «mejorar sus condiciones de vida” y «colaborando en su desarrollo».
Así, después de que su equipo estrenara en la zona «un área quirúrgica, financiada por China el pasado año, pero aún sin desembalar siquiera», dándole uso de «nueve de la mañana a nueve de la noche» a servicios y equipos nunca vistos en la región, el neurocirujano granadino afincado en Almería aseguró que todos los profesionales participantes «estamos muy contentos, porque lo hemos dado todo y hemos recibido también muchísimo cariño, tanto de la población local como de los compañeros sanitarios con los que hemos trabajado». Un nutrido y heterogéneo grupo de profesionales, que desarrollaron consultas y asistencias inéditas en un territorio prácticamente aislado, en una aventura desde su llegada «a través de unas carreteras terribles por las que había que conducir durante seis horas para avanzar apenas 100 kilómetros».

Hasta cinco fueron las ginecólogas enfrentadas a una realidad donde «las mujeres se ponen de parto y mueren en el trayecto a la capital, porque aquí no pueden recibir algo tan ordinario como una cesárea», como explicó la expedicionaria Laura Pérez, donde ante las duras condiciones socioeconómicas «paren en casa porque la sanidad hay que pagarla». «Otro mundo», como apreció también su compañera de aventura, la anestesista Rosa Zurita, «donde tienes que adaptarte, porque no hay respirador artificial, ni fuente de oxígeno, ni banco de sangre», o cualquier tipo de herramienta o utensilio habitual disponible en cualquier hospital del primer mundo.
De esta forma, sanitarios andaluces «hemos hecho todo lo que hemos podido y, afortunadamente, ha salido bien, aunque en un escenario y una realidad muy diferentes», apuntó Zurita, quien «repetiría la experiencia», pese a los «cortes de luz desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde» o las «duchas a cazo, sin agua corriente», padecidas durante estas elegidas vacaciones solidarias.
Sin embargo, «el que participa en estas misiones suele repetir», puntualizó Antonio Huete, porque mayor aún que la falta de comodidades de los sanitarios almerienses fue la «necesidad de aquellas gentes», como también recordó la médica de familia Lidia Ojeda, sorprendida por cómo «todos los vecinos se volcaron para que los viéramos y los tratáramos», así como por las «enormes escenas de necesidad, pero también de gratitud» mostradas por una población autóctona marcada por la pobreza y la carencia casi total de recursos.
Un viaje del que formaron parte un urólogo, fisioterapeutas y representantes de diferentes especialidades, ejemplos de vocación científica y asistencial, combinado con un enfoque ético y solidario de la práctica médica. Como otro neumólogo almeriense, José Manuel Díaz, que encontró en esta parte de África «problemas respiratorios propios de adultos, en niños», pero a los que pudo ofrecer tratamiento, consciente de que «no hay alternativa y se lo haces tú o no se le va a hacer nadie».

Apenas un rayo de esperanza puntual en una región que, no obstante, volcó «toda su hospitalidad con nosotros», como apreció Narcisa Fernández, enfermera de quirófano, emocionada por haber podido contribuir a una «atención médica completa, al menos durante unas semanas» en la remota tierra de Conchunga.
«Tenemos que incorporar acciones solidarias que lo que hacen es mejorar la asistencia», afirmó Antonio Huete, empuñando «un arma poderosa que hace que traspasemos fronteras y que hablemos el mismo idioma: el trasvase del conocimiento y el cariño de compartir ideas, de alcanzar nuevos avances». Unas vacaciones médicas empleadas para algo distinto al descanso, para «transformar su sociedad y apoyarles en su futuro». El legado de María Allut, «una enfermera de quirófano, instrumentista de cirugía cardiaca, con unas dotes excepcionales por su bondad, sencillez y ganas de ayudar a los demás», según uno de los cuatro hijos que fundaron la asociación, para la ayuda directa, sin intermediarios de ningún tipo, a las mujeres y niños de los países más pobres del mundo, con especial dedicación a los africanos hacia donde cada verano realizan una misión humanitaria.
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