Turismo

Caleras, el origen de los "Pueblos Blancos" de Cádiz

La Sierra de Grazalema aún atesora algunos de los hornos de piedra de los que se extraía la cal

Horno de piedra en torno a los que se prendían restos vegetales hasta obtener la preciada cal
Horno de piedra en torno a los que se prendían restos vegetales hasta obtener la preciada calLa Razón

La llegada del otoño, el frío y, sobre todo, las primeras lluvias invitan a fijar la mirada en destinos turísticos que en esta época del año elevan al máximo sus atractivos.

Lugares que comparten historia, tradiciones, paisajes y mucho más. Este es el caso de los Pueblos Blancos de Cádiz. Conjunto de poblaciones, diecinueve, que da forma a una ruta que las une por mil y un motivos, pero, sobre todo, por un color que figura como su primer apellido, el blanco.

Color que, aunque pueda parecer inimaginable, los pobladores de este territorio han extraído a lo largo del tiempo de las entrañas de las montañas de piedra caliza que dan vida a uno de los espacios naturales más conocidos y espectaculares de cuantos salpican la provincia y Andalucía, la Sierra de Grazalema; cobijo de esa joya llamada El Pinsapar.

Aquí, en el incomparable marco de la Sierra de Cádiz, se encontraban activas hasta no hace mucho las caleras; grandes hornos de piedra en los que se le ‘arrancaba’ a la piedra caliza la cal viva (óxido de calcio). Material con el que, como elemento higiénico, esterilazador y para evitar los contagios, se hizo frente a la fiebre amarilla traída desde América a través del puerto de Cádiz. Dando color a la que hoy se conoce como la Ruta de los Pueblos Blancos.

Ese fue el primer uso de las caleras y de la cal que se extrajo de ellas; si bien, poco a poco, se convirtió en una actividad de la que hicieron su modo vida muchos habitantes de la zona.

Así, entre otras utilidades, la cal se empleó para, mezclada con la arena y la arcilla, pegar piedras o ladrillos con los que construir viviendas, corrales, etcétera.

Además, la cal de la Sierra de Grazalema también se empleaba para labores relacionadas con dos de sus grandes actividades productivas, la agricultura y la ganadería.

Del mismo modo, existían tinajas o silos que se construían en el suelo y que, rodeados de ladrillos, eran utilizados para envejecer la cal. Normalmente se habilitaban en los patios y se cubrían con agua para utilizarla en función de la necesidad de cada familia.

No obstante. como sucedió en otras poblaciones de Andalucía, la actividad fue perdiendo importancia a partir de los años setenta del siglo pasado, debido, entre otras razones, a la aparición de otros materiales.

Tanto es así que de los veinte hornos que llegaron a existir en la zona, ya solo quedan restos materiales de algunos y, no menos importante, los conocimientos atesorados por antiguos caleros.

Algunas de esas huellas de cal las encontramos aún vivas en rutas como Las Presillas (Grazalema), camino de la Sierra del Endrinal; en un entorno de abundante roca calcárea. Se trata de la Calera del Navazo, uno de esos hornos de piedra en torno a los que se prendían abundantes restos vegetales durante tres días y tres noches (alcanzaban temperaturas altísimas) hasta obtener la preciada cal.

Como tantos otros elementos o productos que han conformado y escrito parte importante de la historia de los pueblos, la cal también cuenta con una ruta, en esta ocasión de carácter intercontinental.

Y es que, además de extenderse por numerosos municipios andaluces de las provincias de Sevilla y Cádiz: esta ruta también se adentra en áfrica, concretamente en Marruecos. Allí, al igual que en las poblaciones de Cádiz, ha jugado un papel muy importante en ciudades como Tetuán, Chefchauen y los núcleos caleros situado entre ambas ciudades.