Tribuna

Los conciertos no solo son para el verano

«Siempre es bueno que la música haga pensar, más allá del disfrute»

Icónica Santalucía Sevilla Fest, el evento que más impacto tiene en la ciudad de Sevilla tras la Feria y la Semana Santa
Icónica Santalucía Sevilla Fest, el evento que más impacto tiene en la ciudad de Sevilla tras la Feria y la Semana SantaAgencia EFE

Recuerdo cuando la televisión era el centro de la casa. Ya lo decía el estudioso Vicente Romano: «la televisión siempre ha sido una transmisora de actitudes, valores y referentes ideológicos». Toda una generación compartía eso que transmitían las ondas. En la historia audiovisual reciente de España hay muchos espacios representativos: «Informe Semanal», «Un, Dos Tres», «Barrio Sésamo» o «Sensación de Vivir». La sociedad iba creciendo al paso que lo hacían los protagonistas de sus contenidos audiovisuales, lo cuento mucho en mis clases en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla.

Pero ahora nos encontramos en un ecosistema nuevo, donde los contenidos online y las plataformas audiovisuales, han pervertido esa unidad cultural que nos llegaba a través de la televisión. Ahora cada uno consume distintos contenidos, en su propio dispositivo y con los cascos puestos, para mayor desconexión.

Frente a esto, he detectado que ha surgido otro consumo cultural que aúna a distintas generaciones entre sí y también con otras generaciones. Se trata de los festivales musicales que se están multiplicando en el panorama español, generando evidentemente un rentable negocio, pero a su vez multiplicando la posibilidad de que el ciudadano acceda a más oferta cultural musical.

Si volvemos a retroceder en el tiempo, cuando se rondaba la mayoría de edad se empezaba a acudir a conciertos, con mucha diferencia de acceso entre los pueblos y las capitales. Sin embargo, en los últimos años hemos asistido a un crecimiento de la oferta y vemos cómo durante todo el año hay programación. Y no solo eso, sino que se han convertido en todo un peregrinar, las entradas salen con mucha antelación y no es raro ver menores que en sus cartas a los Reyes Magos las piden.

Este verano he ido a Icónica Festival en Sevilla, a Cádiz Music Stadium en Cádiz, a Noches de la Maestranza… y he sentido que estamos viviendo un resurgir de los conciertos y con ello de la música, no solo como oferta de ocio, sino como transmisión de la cultura. En la que dice que es su última gira, Joaquín Sabina evoca el final de los años 80, pero junto a él a muchos jóvenes les sobraban motivos para corear sus canciones, aunque ni hubieran nacido en esos años. Quizás pueda pensarse que es porque el maestro del bombín es una referencia. No nos vayamos tan alto. Antoñito Molina, un cantante emergente gaditano, llenó el antiguo Estadio Carranza con niños que no saben aún leer, pero ya recitan sus letras con mensajes como «y ya que estamos de paso dejemos huellas bonitas», en una época de tanta crispación social.

Sí, las nuevas tecnologías, el fenómeno del top manta, las plataformas musicales… podrían haber herido de muerte a la música, sin embargo, estos avances, con las redes sociales y un nuevo tipo de mercantilización de las canciones, han conseguido hacer resurgir los conciertos. De otro tipo, con precios más altos y con el peligro de las reventas, pero sí, un renacimiento de la cultura. Que una niña le pregunte a su padre qué es lo que sucede en Palestina, porque Manuel Carrasco dijera en su concierto en Sevilla: «A los líderes del mundo, a los que mueven los hilos, cada cosa por su nombre, da igual el bando, si matan son asesinos (…) Si la política sirve para cambiar los destinos, no sé qué estáis esperando para acabar con el llanto de los niños palestinos», siempre es bueno, que la música haga pensar, que las nuevas generaciones se plateen cosas más allá del disfrute, siempre será positivo, aunque fuera gracias al reggaeton (pero eso lo dejamos para otra tribuna, que merece mucha tinta).