
Desconexión con Andalucía
De corazón del PSOE a territorio intervenido y sin brújula
Lo que antes era una voz de peso en Ferraz, hoy se ha diluido entre decisiones impuestas, liderazgos de transición y un creciente descrédito territorial

La federación andaluza del PSOE, histórica columna vertebral del socialismo español, atraviesa uno de sus momentos de mayor debilidad política y orgánica. Lo que antes era una voz de peso en Ferraz, hoy se ha diluido entre decisiones impuestas desde Madrid, liderazgos de transición y un creciente descrédito territorial. La intervención del PSOE-A por parte de la dirección federal, el vacío de referentes sólidos y la inercia de crisis internas no resueltas dibujan el actual panorama.
La pérdida de peso del PSOE-A en la ejecutiva federal no es solo cuantitativa, sino simbólica. Lo que otrora fue la federación más influyente, capaz de marcar ritmos y estrategias, ha pasado a ser una delegación intervenida desde la sede de Ferraz. Las decisiones estratégicas ya no se consensúan con Andalucía, sino que se aplican desde el centro con escaso contacto con las realidades locales. La última remodelación interina de la ejecutiva federal ha incorporado perfiles andaluces, pero con escasa trayectoria política en la comunidad.
El reciente nombramiento de Ana María Fuentes, en la Secretaría de Organización interina, no está exento de polémica al aparecer su nombre en el informe de la UCO y responde a un criterio de afinidad con Pedro Sánchez y no a un verdadero peso territorial. La desconexión entre Ferraz y la federación andaluza se acentúa.
La salida de Juan Espadas de la Secretaría General del PSOE-A abrió una herida más profunda de lo que se podía pensar. Con escaso respaldo orgánico y una posición institucional débil tras los malos resultados en las elecciones andaluzas, Ferraz optó por una solución de urgencia: la designación de María Jesús Montero, ministra de Hacienda y persona de máxima confianza de Pedro Sánchez. Montero se asumió como una figura de autoridad transitoria, pero sin estructura propia ni control efectivo sobre el partido en Andalucía.
Lejos de pacificar, su presencia ha sido entendida como una intervención desde La Moncloa. Su desgaste como ministra, las tensiones con los barones provinciales y su vinculación indirecta con la crisis de Ferraz por el «caso Cerdán» han terminado por diluir su capacidad de interlocución. Andalucía sigue, así, sin liderazgo legítimo ni horizonte claro.
El «caso Koldo» también ha extendido su sombra sobre Andalucía. En particular, Jaén ha sido mencionada en el marco de licitaciones públicas sospechosas, incluyendo obras de mejora de una carretera en la provincia. La Unidad Central Operativa (UCO) ha señalado contratos que podrían haber sido manipulados bajo presiones políticas durante la etapa de Santos Cerdán como secretario de Organización. Este escándalo golpea especialmente a Juan Francisco Serrano, exalcalde de Bedmar y considerado durante meses como relevo de Espadas. Hombre de confianza de Cerdán, su nombre se ha desinflado en cuanto Ferraz ha saltado por los aires. El supuesto «plan Jaén», que se proyectaba como punta de lanza para el resurgimiento del socialismo andaluz, ha quedado contaminado por la sospecha. Lejos de ser el «laboratorio de unidad», Jaén se ha convertido en el espejo de las divisiones del PSOE-A. La derrota de Ángeles Férriz (ex portavoz parlamentaria) en las primarias contra el alcalde de Arjona, Juan Latorre puso en evidencia la división en la provincia. Ni Ferraz ha intervenido, ni el partido ha logrado cerrar la fractura. Todo ello se agrava con el descrédito que supone para la militancia la reciente vinculación con tramas de corrupción.
La actual portavoz en el Parlamento andaluz, María Márquez, no ha logrado ejercer un liderazgo efectivo. En los momentos más delicados, su rol ha quedado eclipsado por Mario Jiménez, que ha reaparecido como única voz contundente. El hecho de que Jiménez –ausente en la primera línea política durante años– haya tenido que tomar la palabra evidencia la orfandad política del grupo parlamentario.
Incluso los perfiles andaluces del Gobierno central han perdido conexión con la base. El ministro de Agricultura, Luis Planas, con pasado institucional en Andalucía, ha sido declarado persona «non grata» por sectores del campo andaluz tras la negociación de la nueva Política Agraria Común (PAC). Su tono tecnocrático y su alejamiento de las reivindicaciones de los agricultores han generado una ruptura simbólica entre el PSOE y el mundo rural andaluz, uno de sus pilares históricos.
En la dinámica actual, el desgaste del PP-A es insignificante. Sólo hay que repasar la batería de declaraciones diarias de los miembros del Ejecutivo andaluz. «Solo caben dos posibilidades: Montero es cómplice o encubridora. Quién pone la mano en el fuego por ella», dijo ayer el consejero de la Presidencia Antonio Sanz, pidiendo incluso su dimisión, mientras el presidente Moreno le reprochaba a la vicepresidenta que no haya rechazado comentarios «bochornosos» sobre mujeres en grabaciones del «caso Koldo».
El PSOE-A se encuentra atrapado en un bucle: sin liderazgo sólido, con fracturas territoriales abiertas, salpicado por los escándalos judiciales, y con Ferraz más pendiente de controlar que de reconstruir. María Jesús Montero no ha conseguido cohesionar, Juanfran Serrano ha caído en desgracia, y las nuevas interinidades no aportan peso político. Andalucía ha dejado de ser el corazón del PSOE para convertirse en un territorio intervenido y sin brújula.
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